En este año jubilar de la misericordia la cuaresma comienza con un gesto significativo: el envío, por el Papa Francisco, más de mil “Misioneros de la Misericordia” a todo el mundo. Es un gesto, evidentemente, porque cualquier presbítero debe, durante este año y siempre, ser un padre con entrañas maternales (como el de la parábola del “hijo pródigo), padre acogedor, que transmite paz y misericordia. A veces, los signos son necesarios para recordar lo que todos deberíamos saber, pero que, desgraciadamente, muchas veces olvidamos.
En un encuentro previo al envío que el Papa ha tenido con algunos de estos “misioneros” les ha ofrecido sabios consejos para que ejerzan bien su ministerio. He aquí una de las perlas del discurso papal: «Os recomiendo entender no sólo el lenguaje de la palabra, sino también el de los gestos. Si alguien va a ti es que quiere decirte algo… A veces no conseguirá decirlo, pero tú lo entiendes…Lo dice así, con el gesto de acercarse». Cierto, al confesionario va todo tipo de gente. El confesor se encuentra con personas que han realizado actos muy graves, y no saben cómo decirlo; también se encuentra con personas escrupulosas y avergonzadas de sí mismas, porque siempre caen en los mismos pecados. Es importante que todos se sientan comprendidos y acogidos. También es importante no quedarse en la ley ni magnificar determinados hechos que, a veces, no han sido cometidos con mala intención.
Conozco el caso de un presbítero, buena persona, fallecido hace años, que pasó muchas horas en el confesionario. Al final de su vida estaba triste porque pensaba lo mal que lo iba a pasar si Nuestro Señor le juzgaba con los mismos criterios con que él había juzgado a algunos de sus penitentes. El evangelio tiene una palabra que viene bien aquí recordar: la medida que uséis, la usarán con vosotros. Todos hemos sido duros alguna vez. Ser consciente del propio pecado es la mejor disposición para comprender los pecados ajenos. La carta a los Hebreos dice de Jesús mismo que puede compadecerse de nuestras flaquezas porque él ha experimentado la tentación y la debilidad.
Una última cosa: hay varios modos de celebrar el sacramento de la reconciliación. No estaría mal, en este año jubilar, recordar que la celebración comunitaria de la penitencia con confesión y absolución individual, expresa más claramente el carácter eclesial del sacramento y, además, en este modo de celebrar queda más manifiesto que todos los sacramentos deben estar precedidos por la escucha atenta de la “Palabra de Dios”. No hay sacramento sin Palabra. Esto vale también para el rito de la confesión individual. También este modo tiene que integrar la lectura bíblica y dejar claro su carácter eclesial.