¡El año de Dios en nosotros!

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Noviembre nos sorprende siempre en su inicio con el recuerdo de nuestros seres queridos que partieron de este mundo. Muchos ya santos, junto a Dios (día 1) y otros, en camino, pidiéndole a nuestro Padre Misericordioso por ellos, para que les perdone todos sus pecados (día2). Y con el final de este mes, típico otoñal, celebramos, con la solemnidad de Cristo Rey, la conclusión del año litúrgico.

En verdad, siempre estamos empezando y siempre estamos concluyendo en nuestra vida. Eso es maravilloso, porque es síntoma de que siempre estamos EN CAMINO. Una etapa, una fase, un trabajo, una experiencia, un examen, un destino, un cargo, un encargo, una jornada, una semana, un mes, un año (jubilar), un proyecto…Todo comienza y todo termina. Y lo nuestro es siempre caminar. Y caminar sin perder la marcha, el ritmo. Y sin perder el humor, la sonrisa, el talante positivo. Y si alguna vez el cansancio nos lo hace perder: a pedir perdón y a seguir caminando.

A lo largo de todo un año, el año litúrgico que concluimos ahora, antes de entrar de nuevo en el adviento, el Señor nos ha regalado de todo. Un invierno cargado de sueños, con mucho frio en el cuerpo y en el alma, pero con el fuego divino que junto a tantos pastores y rebaños, acudiendo al calor del pesebre, fuimos capaces de reconocer, en el rostro de un Niño frágil y pobre, la fuerza de un Dios hecho Amor, hecho calor. Una primavera, que nos anunciaba el triunfo de la Vida, en medio de una cultura, actualizada cada día, que es la cultura de la violencia y de la muerte. El calor de junio anunciaba la llegada del verano, con todos sus rostros, visitas y encuentros. Un tiempo en el que, todo un Dios, se hacía Pan de Vida, Alimento de Vida y el soplo del Espíritu, que es capaz de espabilar todo cansancio y bochorno. Y a la vuelta del verano, la llegada del otoño, que es como decir la llegada de esa posibilidad maravillosa en nuestro camino de VOLVER A EMPEZAR, otro regalo u oportunidad de iniciar todo con más ganas y con más entusiasmo, si cabe, que antes, que ayer, que la última vez.

Así se va haciendo presente el Dios del camino, del trayecto, del sendero… de la vida. Por no faltar, no falta el diseño de la ruta, llena de matices, de paradas, de ubicaciones diversas. Y efectivamente, si perdemos la ruta, su diseño, entonces sí que estamos perdidos; y lo que tendría que ser flor de primavera, no te extrañes que te sorprenda como tormenta otoñal. Sea lo que sea que nos toque caminar, andar, recorrer… no perdamos el diseño de toda ruta, la guía de todo sendero: LA PALABRA DE DIOS.

Termina este año litúrgico, este año de Dios y comienza otro, comienza de nuevo el adviento. De nuevo, porque todo es nuevo, para quien se deja guiar, sin trampas ni atajos, por la Palabra de Dios que cada día del año nos regala la liturgia, la iglesia.

Feliz final e inicio del NUEVO camino.