(Almudena Vilariño, Santiago de Compostela).
Extraños regalos para un Niño… y si no, que se lo pregunten a los de ahora. Con ellos no se puede jugar… Son el típico regalo que los padres guardarían con mimo mientras dicen al pequeño: “Esto, ¡no se toca!”
Obviamente, como todos sabemos, el mensaje no es éste sino todo un símbolo de reconocimiento y reverencia al Niño: Rey, Dios y Hombre.
Pero, ¿Por qué lo reconocen? es un Niño perdido en el más oscuro rincón del mundo… Porque buscan, porque están atentos a los “signos de los tiempos”, ¿cuántas estrellas no lucen a nuestro alrededor? cuanto más cerrada es la noche más se ven… porque no se avergüenzan de preguntar a las “estructuras” –sean éstas civiles o religiosas- a pesar de lo lentas e inflexibles que puedan resultar a veces… porque se FIAN del Dios escondido que buscan sin conocer. Un Dios que no cesa de decirnos: “Aquí estoy, aquí estoy!” a un pueblo que no le busca ni invoca su Nombre.
Dios se ha encarnado. Esto es lo que celebramos estos días. Ha asumido nuestra condición humana y sigue identificándose con ella (Jesucristo Resucitado, en plenitud de Gloria, sigue siendo Hombre). Esto me espolea. Me invita a la reverencia y reconocimiento del Misterio que habita en cada Hermano y Hermana. Por favor, no esperemos a que estén “de cuerpo presente” para incensarlos, reconociendo su dignidad de hijos de Dios y de hombres. Me invita a la búsqueda incesante de la infinita hermosura de la Gloria divina, velada, aunque centelleante, en lo cotidiano, porque Dios nos busca apasionadamente como el esposo del Cantar de los Cantares a su esposa…
¿Me encontrará el Señor? espero que sí, mejor dicho, ya me ha –y nos ha- encontrado, el caso es que yo –y nosotros- sepamos reconocerle, adorarle y volvamos –nos convirtamos- para andar desde ahora por otro camino: el de la reverencia, la misericordia y la paz.