SALVAR LA EMOCIÓN, NO EL GUION

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Hace muchos años algunos hombres y un buen número de mujeres, se empezaron a preguntar cómo podía ser vivir la totalidad en el seguimiento de Jesús. Nacieron así diferentes formas de vida consagrada. Todas distintas y todas con una búsqueda común: Disfrutar el ser todo para Dios y vivir, aquí y ya, desde los valores del Reino.

Quiso el Espíritu que a lo largo de la historia apareciesen estilos diversos, insistencias nuevas, rasgos que el Señor Jesús dejó de manera imborrable en el sentir y creer de sus discípulos y discípulas. Además, cada rasgo configura una forma de vida, una misión, un signo de la liberación de Dios para cada fuente de opresión aparecida en cada era. Son rasgos que no agotan la Persona eterna del Verbo; rasgos que no se oponen ni apagan, convirtiendo la comunidad, Pueblo de Dios, en una inmensa riqueza sinodal, plural y creativa.

Sin duda alguna, la evocación de la esencialidad de estos orígenes despierta la emoción, que rima con vocación, y es sustento de vida. Nos descubre la limpieza de los carismas significando y respondiendo; ofreciendo alternativa y recreando la esperanza. Toda persona, cuando se interroga por el sentido de su vida, necesita experimentar el vértigo de que su vivir servirá para algo y comunicará algo a alguien. Saber que eres de Dios, y con él y para él, no es una construcción intelectual para serenar la inquietud interior, es un compromiso de transformación para devolverle al mundo su rostro comunitario. Siempre la emoción del texto original tienen un regusto comunitario, un tiempo verbal que se conjuga en plural, un nosotros con nombres y apellidos que hacen veraz el cielo y el suelo de la consagración.

Considero que actualmente la vida consagrada, entre sus urgencias, necesita desempolvar la emoción. Y es una tarea mística, no estratégica. El peso del guion de supervivencia es tan notable y asfixiante que aquel recuerdo de lo esencial solo es perceptible en algunos momentos celebrativos, aniversarios y eslóganes capitulares. Vivimos un tiempo de incontestable esclavitud al guion: hay que sacar adelante lo que tenemos, aunque no es seguro que lo tengamos y menos seguro que creamos en ello.

En esta circunstancia hay un hecho que se hace desgraciadamente evidente, como clamor silencioso, y es la vida sin emoción. Consumir días, reducir la misión a trabajos y vida organizada, que no entregada.

Pero, ¿de qué guion hablamos? Pues de ese no escrito pero fielmente reiterado en no pocos espacios comunitarios. Se trata de un “texto imaginario” que tiene siempre los mismos protagonistas y los mismos actores de reparto. Un guion sin mordiente ni novedad que se emplea ávidamente para ir sorteando fechas como si la vida no cambiase. Un guion que llega incluso a expresar tranquilidad cuando nada pasa, nada se piensa y nada se discute. Es un guion para la no trascendencia que frecuentemente se pierde en detalles que ya no significan casi nada. Lo importante son los ritmos, las reiteraciones y los calendarios sin sobresaltos. Normalmente, no fallan los “actores y actrices” –los ha “fabricado” el sistema– especialistas en que nadie se salte el guion y con su “no vivir”, imposibilitan que pueda haber escenas con color, novedad y frescura.

Este guion confunde comunidad, valor teológico, con un circuito milimétrico de valor inmobiliario que repite capilla, sala de estar y comedor; no discierne el silencio que escucha la voz de Dios de aquel que es ausencia de vida, o del nada que decir; no entiende que cada edad necesita y celebra lo que necesita y celebra, y no hay paraguas que a todos valga; no escucha la realidad, vive del recuerdo de lo que hace tres décadas se hizo; es miope y solo valora aquello que los números y la rentabilidad propicien, olvidando la gratuidad original; lee las relaciones desde las vísceras, aun con palabras suaves, por eso es un guion injusto que sostiene bendecidos y proscritos; y lo peor, sin duda, es que, en su estreno, era un guion para la comunión, pero ha ido degenerando en un monumento a la soledad, donde pululan actores y actrices que solo comparten escenas, aunque sean escenas que duren años.