La lectura hecha en comunidad aporta riqueza y muchas luces, sobre todo cuando da pie a un pequeño diálogo. En esta ocasión, simplemente os comparto un fragmento del texto que estamos leyendo, por si hace bien a alguno de los que se acerquen a estas líneas. El autor es un monje con gran experiencia de vida monástica y habla del sentido de la lectura:
“El acto de leer simboliza algo de lo que es la vida monástica: retirarse de lo aparente, para buscar la realidad que subyace a las apariencias, en soledad, en silencio, en recogimiento […] La lectura está al servicio de la vida reflexiva […] Ofrece a los monjes y monjas la oportunidad de llegar a ser personas más profundas: no sólo con más conocimientos, como si fueran enciclopedias andantes y parlantes, sino personas que han integrado lo aprendido en la trama de sus vidas […] Un monje lee dos libros al mismo tiempo: el texto que tiene delante de los ojos […] y el libro de la experiencia […] La lectura bien hecha es un camino hacia el corazón. […] La lectura rápida sólo nos entrega la capa más superficial del significado del texto; para encontrar su sentido más profundo a menudo tenemos que leer el texto varias veces, parándonos para reflexionar sobre el significado de las palabras y las frases, y volviendo atrás, para seguir el desarrollo lógico del tema en su conjunto […] Lo que leemos debería hacernos progresar […] Un buen libro es una invitación a ir más allá de donde estamos ahora […] Para todo cristiano, y más aún para un monje, la lectura es importante de cara a sostener el entramado de creencias y valores necesarios para vivir una vida de acuerdo al evangelio y ajena a la conducta del mundo […] La lectura es una parte esencial de la ascesis que nos lleva de lo visible a lo invisible […] La obras no bastan, es necesario que estas se apoyen en unas convicciones y valores adecuados. De otro modo la “motivación” se esfumará, y cesaremos de esforzarnos por llevar una vida buena. […] Si adquirimos buenos hábitos de lectura, esta comienza a ser una fuente de alegría y descanso, que nos ayuda a recuperarnos de otras ocupaciones absorbentes […] A menudo nos ayuda a establecer una sana distancia con la fuente de nuestras preocupaciones, impidiendo que nuestros problemas invadan nuestra conciencia […] Toda lectura es buena y útil para llegar a una posición personal ante la realidad. Pero la mejor lectura, es aquella que nos permite profundizar en la comprensión de nuestras convicciones y compromisos más centrales […] Y si esta lectura es con la Palabra de Dios, la lectio divina, entonces se mantiene ardiente y viva la llama de la fe”