¿QUÉ DA SABOR A MI VIDA?

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Esta es la pregunta que tarde o temprano toda persona se hace. La sucesión de acontecimientos, a veces, nos mantiene entretenidos, “sin tiempo”, para pensar la respuesta. Sin embargo, todos nos preguntamos qué es necesario y sustancial; y qué opinable, circunstancial y, por tanto, prescindible.

De esta primera distinción, se desprenden actitudes diferentes. Bien el interés y el cuidado, para sostener lo sustancial; bien el desinterés ante lo que no tiene durabilidad. Y creo que esta “inocente” diferencia nos puede ayudar en una cuestión importante que, además, quiebra no pocas veces la esperanza. A la pregunta por la insatisfacción de algunas personas ante la vida comunitaria, quizá la respuesta sea tan sencilla como reconocer que la forma comunitaria que se les propone no “toca” su opción fundamental, lo crucial de la vida y, en consecuencia, se sitúa en el apartado de lo circunstancial, opinable y, por supuesto, no transcendente.

Probablemente, no tengamos que insistir en la fuerza que contagia ver a los discípulos y discípulas entusiasmados con la propuesta de Jesús. Sin duda, es una experiencia única. Nos ayuda a entender qué es imprescindible, aquello que jamás puede desaparecer. Otra cosa muy diferente son las formas que aportamos para el desarrollo de ese seguimiento. Ahí aparecen infinidad de estilos, muchos de ellos incompatibles que, sin embargo, a quien los sugiere (o impone) le dan la seguridad suficiente como para decirse, cada noche, que está en el buen camino. En las formas, definitivamente, está la dificultad. Porque son tiempos que manifiestan que no hay tantos hombres (y mujeres) generosos y libres, maestros de comunión. Proliferan, por contra, los copistas de guiones rápidos, sin camino propio, con esquemas que extrapolan, sin pudor, de un lugar a otro, pensando que cualquier cosa vale y que, al final, lo único importante es aparentar estar juntos. Esta mediocridad trae mucho sufrimiento y desafección: el peso sin vida que algunas personas experimentan en la sucesión de minutos en su comunidad o sufrimiento; y el desinterés, sin palabras y sin protestas, que otros y otras manifiestan ante cualquier propuesta que solo en apariencia aglutina o reúne.

¿Qué es lo que da sabor a la vida? Vivir la vida que quieres y querer la vida que vives. Y, ahí no hay error ni distracción, ni egoísmo ni falta de verdad. Es la formación, o ese lento dejarse hacer por el Espíritu, la que va “informándote” de aquellos lugares verdes que están en tu vida y que ningún acontecimiento, externo o interno, te podrá robar. Por eso es imprescindible que toda persona trabaje, y descubra el sentido de su vida, aquello que le da un sabor inconfundible y real, aquel acento que hace de su existencia algo original y libre; evangélico y nuevo… Aquello que hace de su identidad una vocación de Dios.

Ese es el sabor, y compartir vida ha de ser un lugar donde el color personal de la existencia, lejos de desaparecer, crezca y fructifique. El sitio creíble y concreto donde nadie tiene que dejar de ser él mismo, ella misma, para ser otra cosa… La comunidad no muere por su debilidad física o numérica, muere cuando los integrantes tiran la toalla y optan por una vida anodina que han dejado de protagonizar conformándose con saber “qué toca”, o tejiendo el tiempo con propuestas externas a sí mismo, o misma, tengan estas propuestas conexión con la vida o simplemente sean un ejercicio de rutina sincronizada para sostener apariencia de funcionamiento.

La paradoja es que internamente todos buscamos experiencias con sabor que pongan color a la existencia y, a la vez, podemos dejar que la inercia diga cómo hemos de buscarlo. Y esto es imposible. Hay una cuestión que considero evidente y es que no está en crisis la comunidad; está en una profunda crisis algunas realizaciones que denominamos comunidad. No está en crisis la búsqueda de Dios que sigue dando vida a los carismas, y carisma a las vidas; pero los moldes están obsoletos, cargados y cansados, confusos, desorientados y guiados sin creatividad que buscan “en el baúl de los recuerdos” argumentos para sostener la convivencia de hombres y mujeres que, sin embargo, ya no se identifican con el pasado. La propuesta comunitaria es transgresora y da sabor a la vida… sobre todo, cuando lo tiene todo en común y, en ella, ha crecido la verdad y la confianza. También, para decir esto no me ayuda, no me sirve o me confunde. Evidentemente, el silencio no da sabor a la vida.