El drama silencioso de los votos temporales: llamados a vivir en verdad

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Sor Gemma Morató i Sendra, OP., (21/06/2025).- La vida consagrada atraviesa un tiempo de clarificación y sinceridad, pero todavía son pocas las personas que se atreven a poner sobre la mesa cuestiones que provocan incomodidad o generan resistencias. Entre sus múltiples desafíos, uno de los más dolorosos —y menos tratados con hondura— es el del tiempo de los votos temporales.

No se trata simplemente de una etapa transitoria entre el noviciado y la profesión perpetua, sino de un tiempo crítico, existencialmente exigente —donde se deja atrás la burbuja del noviciado para aterrizar en una comunidad y una misión concretas— en el que muchas personas consagradas se debaten entre la fidelidad al camino iniciado y el peso de sus incertidumbres, silencios y miedos. Además de enfrentarse, en algunos contextos, a una formación marcada por el infantilismo, un buen número de consagrados —profesionales y, en ocasiones, con una madurez ya consolidada— se ven sometidos a una etapa que los reduce a una situación de dependencia, desconfianza o invisibilidad, lo cual no únicamente bloquea su crecimiento personal, sino que también impide a la propia congregación evolucionar y responder de manera acertada, eficiente y que sea de Dios, a los desafíos actuales de la vida fraterna comunitaria y la misión.

  1. Una etapa vulnerable

El periodo de votos temporales, que canónicamente puede prolongarse hasta los nueve años, debería ser un tiempo de discernimiento sereno, de experiencia comunitaria auténtica y de creciente identificación con el carisma. Pero para muchos jóvenes, o no tan jóvenes, consagrados se convierte en un valle de inseguridad, decepción o frustración: no se sienten libres para hablar, temen ser juzgados por sus dudas o inquietudes, y experimentan una soledad espiritual que raras veces se nombra.

Muchos superiores y formadores han heredado esquemas rígidos en los que se premia la obediencia formal y la uniformidad de pensamiento. Algunos aún otorgan favoritismo o protección a quienes nunca los contradicen, convirtiéndolos en el modelo ideal —o incluso en el prototipo intocable— del consagrado o, especialmente, de la consagrada “perfecta”. Pero la fidelidad no es conformismo, y la obediencia evangélica no es sumisión psicológica. La libertad interior es indispensable para poder discernir la voluntad de Dios, sin esa libertad, todo proceso formativo se falsea.

  1. Una formación que a veces no forma

A menudo se constata que la formación durante el juniorado adolece de carencias significativas y, en lugar de formar, deforma. Falta:

  •  Acompañamiento personal auténtico, donde el diálogo no se limite a controles periódicos —con evaluaciones que impiden expresar lo que realmente se piensa y con preguntas que, en algunos casos, rozan lo irrelevante o lo absurdo—, sino que abra espacio a lo humano, lo espiritual y lo emocional.
  • Preparación de los formadores (propios y externos), que no siempre cuentan con las herramientas pedagógicas, psicológicas, teológicas e incluso culturales necesarias para acompañar procesos complejos y personales.
  • De hermanas que sean testimonio de vida entregada; de comunidades que acojan de verdad; y de espacios que den aire y sentido a quienes están llamados a ser continuadores del carisma que tanto decimos amar.
  • Dejar de concebir esta etapa como un mero cumplimiento de los consejos evangélicos o una repetición de fórmulas aprendidas, para pasar a favorecer un verdadero arraigo en el carisma y una experiencia de pertenencia que libere, humanice y haga sentir que se está en casa.
  • Sobre todo, escucha: escucha verdadera, madura, capaz de sostener una crisis sin imponer una salida rápida ni descalificar una búsqueda honesta.

El drama no está en que una persona decida no continuar; lo verdaderamente trágico es que se sienta obligada a quedarse por miedo, o que se marche sin haber sido verdaderamente escuchada. O, peor aún, que sea apartada por haber dicho lo que pensaba, cuestionando métodos, estilos o dinámicas estructurales del funcionamiento actual de la congregación. O, destapando casos de abusos de todo tipo que ponen en entredicho a consagrados que, en algunos contextos, han sido considerados “intocables” o de una supuesta “categoría”.

A menudo es más fácil juzgar a quien se va que preguntarse honestamente qué se hizo —o qué se dejó de hacer— para acompañarle en su proceso. Se olvida entonces el principio del favor vocationis, que sostiene que, ante signos razonables de vocación y en ausencia de causas graves que lo impidan, debe favorecerse el camino vocacional, siempre respetando la dignidad y promoviendo el crecimiento espiritual, humano y comunitario, y con gran libertad favorecer la opción de vida de toda persona.

El favor vocationis no es una fórmula vacía, sino una actitud de fondo que inspira una apertura prudente, una paciencia activa y un discernimiento impregnado de caridad y verdad. Así lo recuerda Vita Consecrata, n. 65, cuando subraya que la formación debe estar guiada por la confianza, el respeto al ritmo personal y la centralidad del Evangelio como criterio último.

Por tanto, en situaciones de duda razonable o dificultades superables, lo coherente no es cerrar el camino ni interrumpir prematuramente el proceso, sino ofrecer más tiempo, mayor acompañamiento y una escucha más profunda. La caridad no impone ni precipita; sostiene, espera y acompaña.

  1. ¿Por qué no se atreven a hablar?

Muchos consagrados de votos temporales no se atreven a expresar sus verdaderos sentimientos por múltiples razones. Porque:

  • Temen que cualquier crítica sea interpretada como signo de falta de vocación y que eso conlleve su expulsión de la congregación, ya que cuestionan estructuras, hacen tambalear ciertos cimientos o plantean problemas reales que no se desean afrontar.
  • Han aprendido o interiorizado que “obedecer” es callar y seguir.
  • No quieren defraudar a quienes han confiado en ellos.
  • No encuentran en su comunidad un ambiente de confianza, donde sus ideas —a veces de bombero— tengan cabida y puedan ser escuchadas sin burla ni descalificación.

El miedo a ser mal interpretado, a ser considerado “inmaduro”, “problemático y rebelde” o “poco espiritual”, ahoga toda posibilidad de un discernimiento honesto. Esto no sólo es injusto: es profundamente antievangélico. Jesús nunca condenó la duda sincera.

El miedo a ser mal interpretado, a ser considerado “inmaduro”, “problemático y rebelde” o “poco espiritual”, ahoga toda posibilidad de un discernimiento honesto. Esto no sólo es injusto: es profundamente antievangélico. Jesús nunca condenó la duda sincera. Caminó con ella. Acompañó a los que no entendían, sin exigirles una fidelidad ciega, sino invitándolos a mirar más hondo. Entonces, ¿quién es capaz de escuchar, lo que sea que se diga sin miramientos, y no juzgar para que esa persona pueda crecer sin heridas y en verdad?

  1. El silencio no es siempre virtud

En muchas comunidades reina un silencio que no es fruto de la contemplación, sino del miedo. Un silencio que encubre preguntas sin respuesta, heridas que no cicatrizan, y decisiones vocacionales que se toman más por inercia que por convicción. Callamos para mantener una paz que no libera, sino que evita conflictos y encubre heridas.

Las estadísticas lo confirman: no pocos que profesan perpetuamente ya habían perdido la ilusión mucho antes, pero no se atrevieron a hablar. ¿Cómo podrán sostener la radicalidad evangélica si no han podido vivir en verdad?

El silencio del que sufre en secreto no es virtud, es una señal de alarma. Y no hay fidelidad posible si no nace de la libertad y de la verdad.

  1. Crear espacios de verdad

Las congregaciones que sobrevivirán no serán las más numerosas, sino las más auténticas; aquellas que de verdad sientan con sus hermanas y se dejen tocar por sus heridas y alegrías. Las que se atrevan a generar espacios de escucha fraterna, de discernimiento comunitario y de acompañamiento integral. Las que dejen de medir la formación por los años cumplidos o los libros leídos, y empiecen a valorar el crecimiento interior, la libertad y la alegría de servir. Congregaciones libres de prejuicios y envidias, donde se pueda hablar con sinceridad, compartir, y vivir la consagración al estilo de lo que cada una es, no de lo que se espera que finja ser.

Una comunidad verdaderamente fraterna no teme a la verdad y deja paso. Y un proceso formativo maduro no busca formar clones, sino personas que, desde su historia concreta, se atrevan a entregar su vida como don, libres y conscientes.

  1. La profesión perpetua no debe ser una huida

Hay quienes profesan perpetuamente porque sienten que ya no hay marcha atrás, porque no quieren “fracasar”, o porque no vislumbran otra alternativa de vida. Esto no honra ni al carisma ni a la persona. La profesión perpetua sólo tiene sentido si es expresión de una libertad plena, de una experiencia honda de amor a Cristo, de una comunión viva con la comunidad.

Como decía san Agustín: “Ama y haz lo que quieras”. Pero ese amor no puede ser impuesto, ni forzado, ni manipulado, debe ser iluminado, cultivado y acompañado.

  1. Caminos de esperanza

El reto es grande, pero no imposible. Muchas comunidades ya están replanteando sus itinerarios formativos, redactando nuevas Ratio formationis, formando mejor a sus formadores, valga la redundancia, e integrando la psicología, el acompañamiento espiritual y el trabajo comunitario. El Espíritu sigue soplando.

Sólo una vida consagrada vivida en verdad será creíble, fecunda y transformadora. Sólo una formación que forme en libertad dará lugar a personas capaces de amar hasta el extremo. Y sólo una comunidad que escuche será capaz de acoger con misericordia a quienes todavía están buscando.

Y, sobre todo, sólo quienes permiten la palabra libre, acogen con madurez los gritos de rebeldía y buscan en ellos la verdad que impulsa el camino, lograrán que el sentido de pertenencia arraigue y que la congregación pueda perdurar en el tiempo. Especialmente en estos tiempos tan polarizados, donde la vida consagrada —vivida con autenticidad— es profundamente contracultural y da testimonio de unidad en la diversidad.

Así, la etapa de los votos temporales podrá convertirse en un verdadero camino hacia una vida entregada para siempre, vivida en verdad y en búsqueda constante de la Verdad. Y la verdad, a veces, duele. Pero sólo ella nos hace libres.