Si decimos familia, decimos casa familiar.
La liturgia de este día –fiesta de la Sagrada Familia: Jesús, María y José- nos acerca en primer lugar a una casa, una morada, a los atrios del Señor, a un espacio cultual en el que Dios habita, y en el que los creyentes quisieran siempre habitar: “¡Qué deseables son tus moradas!… Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor… Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre”.
¿De verdad deseas entrar en “las moradas” de Dios? ¿De verdad te consume el anhelo de sus atrios?
Fíjate en lo que a todos dice el apóstol Juan: “Quien guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él”. Que es como si nos dijera: “Quien guarda sus mandamientos, ha entrado en los atrios del Señor, ha puesto su morada en Dios, y Dios permanece en él”.
Y si preguntamos por los mandamientos que hemos de guardar si queremos vivir con Dios en su casa, el mismo apóstol nos dirá: “Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó”. Que es como si dijera: Para que mores en la casa de Dios, para que Dios more en ti, no hay otro mandamiento que el de creer en Cristo Jesús y amarlo.
Recuerda que, en esa casa que es Dios, en la que permanecemos, no estamos como esclavos ni como extraños ni como intrusos, sino que estamos como hijos, pues “el Padre nos ha llamado hijos suyos, y ¡lo somos!”
Y no olvides tampoco que “somos hijos en el Hijo”, que somos uno en Cristo Jesús, bendecidos en él, elegidos en él, redimidos en él, amados en él, agraciados en él, y que, en comunión con él, somos una Familia Sagrada.
Ésa es la misma familia a la que pertenecen María y José, la misma familia a la que pertenecen Esteban y Juan y todos los Inocentes sacrificados sin piedad por las razones de los poderosos.
Según las crónicas de aquel tiempo, en el Belén viviente que Francisco de Asís representó por primera vez tres años antes de morir, no había imagen alguna del Niño Jesús. Aun así, en aquella Navidad, Francisco contempló y acarició al Niño de Belén, como si lo tuviera entre sus brazos, y es que, desde su conversión, lo había abrazado y besado cada día en leprosos, en pobres, en todos… y en aquella noche, a su Jesús leproso y pobre, el Hermano Francisco lo abrazó también en la Eucaristía…
Hoy contemplamos el misterio de la Sagrada Familia: Jesús, María y José. Ésta es la Sagrada Familia a la que pertenecemos: Jesús, María, José, leprosos y pobres. Ésta es nuestra Sagrada Familia: Jesús, María, José, emigrantes pobres, mujeres, hombres y niños, a quienes el poder hizo ilegales, irregulares, y obligó a la clandestinidad…
No podemos pertenecer a la Familia de Jesús sin amarlos a ellos… No podemos permanecer en Dios sin acogerlos a ellos… No podemos morar en el Hijo de Dios, si en nosotros no hay posada para quienes la buscan en su hora de alumbrar el futuro… Y he de preguntarme qué hice de la familia de Dios, si «9.757 personas murieron en la Ruta Atlántica tratando de alcanzar Canarias en pateras o cayucos durante 2024» -Caminando Fronteras-.
Hoy, fiesta de la Sagrada Familia, he de preguntarme si creo en Cristo Jesús y lo amo en el hermano que tiene hambre y sed, en el enfermo, en el encarcelado, en el emigrante; he de preguntarme si vivo en Dios, si Dios vive en mí, si he sido alguna vez Familia de Dios; he de preguntarme si he comenzado a ser cristiano.