No temáis, os traigo la buena noticia

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Para quienes conocéis de cerca tantos motivos de miedo, para vosotros es la palabra de la revelación en la noche santa de Navidad: No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor.

Los pastores se llenaron de temor porque el ángel del Señor se les presentó en la noche, y la gloria del Señor los envolvió de claridad. Se llenaron de temor y era fundada la razón para temer, pues ellos, hombres de labios impuros, vieron la gloria tres veces santa del Dios de Israel. Se llenaron de temor, y sólo la santidad que los había rodeado podía pronunciar sobre ellos palabras de paz: “No temáis”.

Considerad el misterio que se os revela: El que a los testigos de la gloria de Dios les dice: “no temáis”, es el mismo que dice a los testigos del nacimiento del Señor: “os traigo la buena noticia, la gran alegría”. ¿Por qué los pastores se llenaron de temor por la claridad que los envolvió en la noche, y no temieron el encuentro con el Señor que en la noche había nacido?

Temes la gloria que te envuelve, porque la claridad de Dios no es huésped habitual de tu tienda; y no temes el nacimiento del Señor, porque el nacimiento de un niño siempre ha formado parte de tu vida. Sales de la luz que te atemoriza y vas corriendo sin temor por ver al que ha nacido para alegría de su pueblo. Temes el resplandor del cielo que te envuelve, y abrazas al niño que la pobreza de la tierra envolvió en pañales. Y cuando lo hayas abrazado sin ningún temor, volverás a la oscuridad de tu noche, dando gloria a Dios por todo lo que has visto y oído.

Os hablo como si fueseis los pastores en aquella noche de Belén, pues sois los que veláis en esta noche de la fe. Para vosotros es el evangelio que trae el ángel del Señor, la gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Para vosotros es la paz que se anuncia a los hombres que Dios ama. Y vuestra ha sido la decisión de ir derechos hasta “la casa del pan”, hasta la mesa que para los pecadores preparó el amor de Dios. Allí, envuelto en los pañales humildes de nuestra tierra, nos esperaba aquel cuya gloria infunde justo temor: allí oímos su voz, nos asombramos de su pequeñez, adoramos su escondida grandeza; allí aprendimos las razones de un cántico nuevo, de una nueva bendición, con los que, alabando a Dios, volvimos desde nuestra Eucaristía a nuestra noche.

Ahora, si me lo permite vuestra caridad, como si el ángel del Señor os hablase, aún os daré otra señal para que podamos reconocer, ver y oír al Salvador, pues aquél cuya gloria, santidad y justicia infunde sagrado temor, aquél a quien los pastores encontraron envuelto en pañales y recostado en un pesebre, aquél a quien los creyentes reconocemos presente en la humildad de la Eucaristía,  es el Señor que viene a nuestro encuentro en el que tiene hambre, en el que tiene sed, en el emigrante, en el que no tiene trabajo, en el enfermo: es nuestro Señor, y viene en los pobres como nuestro Salvador.

Feliz Navidad.