EMPEZAR DE NUEVO

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Ayer me volvió a ocurrir. Lo más gratificante del encuentro con las personas es el descubrimiento de la vida cuando ésta es sentida, buscada y cuidada. Me encanta comprobar que hay personas que no dan la situaciones por zanjadas. Es la “liga” de los que piensan que no es verdad: «esto es lo que hay y no da para más». Sí, es muy conveniente recordar y reconocer que hay personas que viven con esperanza. Tienen diferentes edades y diferentes historias pero son, en conjunto, aquellos que se conjuran, a diario, para empezar de nuevo.

Creo que tenemos dificultades para entender al Espíritu. Probablemente nos acercamos a su búsqueda con un ansia de confirmación que hace imposible su mensaje. Nos solemos atrincherar ante sus mociones con infinidad de argumentos, conocimientos y dialécticas. El caso es experimentar la sensación de que hacemos lo que tenemos que hacer porque no puede haber otra respuesta ante tiempos complejos. Y así, hasta nos quedamos tranquilos. Volvemos a programar, proyectar y realizar como si nada pasase porque nada adormece tanto como creer ser útil, aunque solo sea ilusión.. o entretenimiento.

Ocurre en todos los ámbitos sociales y particularmente en la vida consagrada. La línea entre lo que hicimos y lo que en verdad hacemos; lo que fuimos y lo que hoy somos… es tan frágil, que frecuentemente la traspasamos y confundimos. Entiendo que sin una decisión y convicción sincera por superarla, la respuesta se sostendrá en una ambigüedad que aparentemente salva el tiempo, pero no da sentido a la vida. Dicho más claramente, podemos seguir justificando algunos modos de hacer, estilos de vida compartida y presencias, recordando lo que estas significaron, pero esto no añade un minuto de existencia creativa, ni propuesta alternativa a este presente.

Las personas tenemos oportunidad de cambiar. Hasta el final de nuestras vidas estamos aprendiendo y constantemente nos visita la creatividad. Entran en nuestra existencia personas y acontecimientos que evocan y rompen seguridades para abrirnos a planteamientos insospechados y búsquedas nuevas. Pero hay que salir a la luz. Y hay que hacerlo con tiempo, serenidad, admiración y paz. Cuando te enfrentas al sol después de largo tiempo en oscuridad o media luz, la sensación es de ceguera y no de visión. Así, rápidamente, la inercia nos pide volver al lugar donde los rayos de luz son menos intensos y los espacios más conocidos. Es el miedo a lo nuevo y lo que, aparentemente, nos puede estar ocurriendo a un buen número de miembros de la vida consagrada. Intuimos lo que hay y por dónde va, pero el cambio que exige es tan drástico que nos «devuelve» a cuarteles aparentemente seguros.

Ayer me encontré con un buen grupo de religiosos y religiosas, «corazones jóvenes con edad de ancianos», dispuestos a empezar de nuevo. Tienen bien situado lo que fueron y perfectamente colocado en la “estantería” del «ayer que no vuelve» y miran el presente sin miedo, porque no tienen nada que perder. Percibí ganas de vivir de otra manera, ganas de libertad para dar lo que es la esencia de la consagración: amor sin preguntas ni pruebas. Describían agradecimiento a lo vivido, pero ninguna nostalgia por lo que pasó. Hablaban del presente con esperanza y responsabilidad. Hablaban de la calle sin miedo ni prevención. Soñaron juntos, y me hicieron entrar en un sueño, en un mañana posible de vida consagrada mucho más sencillo y claro; en familia, cooperación y escucha. Me hablaron de ideas que iban a compartir en sus casas y además de llenarlas de gestos concretos. Estos hombres y mujeres mayores de la vida consagrada me enseñaron que abrir puertas, valorar la diferencia, camino sinodal y vida sencilla no son titulares… es un estilo de vida.

Es verdad, sobre todo, cuando no tienes nada que perder y tu corazón es el Reino; cuando mantienes el sueño de la novedad intacto y joven, porque vives abierto al Espíritu. Estos ancianos saben que están en una vida consagrada que se acaba… y están expectantes y felices ante la que llega y tímidamente se va anunciando, aunque no les toque protagonizarla… Porque este es uno de los dones que guarda el Espíritu a quienes están dispuestos a empezar de nuevo, saber que la “tierra prometida” no es una ilusión.