NICODEMO

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Conozco a Nicodemo desde que era niño. Siempre fue un niño ejemplar dentro de una «familia ejemplar». Supongo que después adolescente ejemplar, joven ejemplar y, ahora, adulto también ejemplar.  Le perdí la pista durante mucho tiempo. Hace 10 años me llamó para quedar conmigo. Recuerdo una conversación etérea, de esas de andar por las ramas casi tocando las nubes. Sin atreverse, me vino a decir que estaba buscando saber quién era, cómo sentía y qué quería… Quedó en volver a entrevistarse conmigo y nunca lo hizo, hasta hoy, diez años después. Seguramente no le ofrecí confianza o no supe hacerlo.

Nos encontramos y comenzó su relato con un «como decíamos ayer». Empieza diciéndome que no volvió a llamarme porque sintió vergüenza. Porque, según él, «lo había entendido todo». Un punto y seguido tras diez años en los que ha habido un salto de una década, un paso al mundo laboral, algunos desengaños, momentos de revelación, mucho miedo, soledad, una pandemia y un brinco hasta la edad adulta. Hoy Nicodemo, sabe quien es, lo que quiere, a quién quiere y cómo define su vida. Hoy es capaz de mirarse sin miedo y sabe que no es un bicho raro, al menos no más raro que todos los «bichos raros» que habitamos el planeta.

Nicodemo ha hecho un trayecto solo, demasiado solo. Ya saben, la maduración es ese proceso tan personal e íntimo que uno tiene vivir, sí o sí, en primera persona. Pero seguramente ese proceso necesite siempre una mano amiga, una voz que recuerde que no estás del todo solo porque le importas a alguien siendo quien en verdad eres. Eso le ha faltado a Nicodemo. En eso le hemos faltado a Nicodemo.

Cuando a borbotones trataba de relatarme cómo han sido esta década de búsqueda, me contaba, por ejemplo, que la única a la que le decía abiertamente que era homosexual fue a María, la Virgen. Me impactó mucho porque me llegó a decir: «con ella lo pude verbalizar, y no me sentí juzgado». Desde la fe me emociona que alguien tenga una experiencia tan real, desde la pastoral me sonrojo por no haber transparentado que, ante todo y sobre todo, Dios es amor. Que no juzga y su tensión es acoger, cuidar y reconocer.  Me avergüenza tenerlo claro y, a la vez, me permita tener gestos y palabras medidas para «no manchar mi discurso» acogiendo a tantos «Nicodemos» (ellos y ellas) a quienes seguimos permitiendo sobrevivir con sed de Dios.

Hoy Nicodemo se reconoce en su piel y vive con paz. Ha hecho un itinerario muy personal y, según me dice, pensaba que al ser un hombre de fe iba a contar con apoyo y comprensión de la comunidad cristiana, pero no ha sido así. Ha hecho un camino en silencio por miedo porque quizá quienes teníamos que haber dado la cara hemos preferido mirar a otro lado y dejarlo a su suerte, aunque hablemos mucho de amor. Y, sin embargo, hay una cuestión que me llama la atención, en Nicodemo no hay un gramo de rencor o decepción; no hay reproche por los abrazos no recibidos; no hay ira por un silencio sostenido… hay paz. Lo que indica que muy grande ha sido el amor de Dios recibido; lo que asegura que, por Él, jamás se ha sentido juzgando ni abandonado. Lo que augura que mucho tenemos que cambiar.