“Serás la alegría de tu Dios”

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“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que los labios tristes de un pueblo exiliado daban a la que un día había sido para él la “Tierra prometida”, la tierra que el Señor le había dado para que en ella sus hijos viviesen en paz y libertad.

El afán de poseer, la idolatría del dinero, la arrogancia del poder, transformaron en “Tierra abandonada” el paraíso, en “Tierra devastada”, predio de jabalíes, la tierra que manaba leche y miel, en ruinas la ciudad amurallada.

“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: se dice “tierra” para decir la “humanidad que la habita”, la humanidad que en esa tierra alaba al Señor, la humanidad que en esa tierra sufre, la humanidad que en esa tierra muere.

“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: nombres que parecen apropiados para nuestras comunidades eclesiales, para nuestras comunidades religiosas, para los sin techo, para los sin pan, para los excluidos de la mesa del bienestar; nombres para clandestinos, para ilegales, para explotados y abandonados.

“Tierra abandonada”, “Tierra devastada”: tal vez sean nombres que hoy, con toda verdad, se dicen también de ese abismo, de ese mar, al que continúa bajando una humanidad rica de sueños y hambrienta de futuro.

Ahora escucho y guardo en el corazón lo que el Profeta dice a ese pueblo de labios tristes, a esa humanidad crucificada: “Ya no te llamarán «Abandonada», ni a tu tierra, «Devastada»; a ti te llamarán: «Mi favorita», y tu tierra tendrá marido”.

Escucha y adora, pequeña comunidad, esposa amada, resplandeciente e inmaculada, porque el Señor te ha revestido de justicia y santidad. Escucha y adora, pequeña comunidad, porque el Señor se complace en ti, y tú eres en Cristo Jesús la alegría de tu Dios. Escucha y adora tú también, la última entre todas, la olvidada de todos, la sepultada en el mar, pues no te ha recibido Abrahán en su seno sino Cristo Jesús en su cuerpo resucitado. Que escuchen y adoren todos los necesitados de evangelio, pues han llegado las bodas de Dios con la humanidad, hay vino nuevo y bueno en las tinajas de nuestra indigencia, la profecía se ha hecho realidad. No dejes de proclamarla, mensajero de buenas noticias, pues sus palabras son de luz en la noche de los pobres.

La Eucaristía tiene hoy aire de banquete de bodas, y en ella se sirve en abundancia el vino de una alianza nueva y eterna entre Dios y nosotros. En verdad, ya no te llamarán: «Abandonada». Tu nombre, Iglesia cuerpo de Cristo, pequeña grey, comunidad última, ya es para siempre: «Mi predilecta».

Feliz abrazo entre el esposo y la esposa.

Feliz domingo.