LA NAVIDAD EN EL FRENTE

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1861

(Cardenal José Tolentino de Mendonça). “Solo quien levanta la voz en defensa de los judíos puede permitirse cantar en gregoriano». Estas palabras pertenecen a Dietrich Bonhoeffer, uno de los grandes testigos del cristianismo en el siglo XX, asesinado en el campo de exterminio de Flossenbürg, acusado de haber participado en la abortada conspiración contra Hitler. Cuando fue asesinado y su cuerpo quemado, junto con el de otros prisioneros, hacía poco que había cumplido 39 años de edad. En la prisión había trabajado en el borrador final de la Ética, envió cartas de amor apasionadas a su prometida Maria von Wedemeyer, escribió un conjunto de notas y poemas que permanecen como su testamento espiritual y saldrían a la luz póstumamente bajo el título Resistencia y sumisión. En uno de estos textos nos explicó lo siguiente: «Cada uno de nosotros se dirige hacia la Navidad de una manera personal y diferente a los demás. Hay quienes acogen esta fiesta de alegría y amor con pura satisfacción… Hay quienes buscan por un momento, bajo el árbol decorado, una tregua para su vida cotidiana… Hay quienes la viven con la mayor angustia… El mundo que Jesús debe salvar es precisamente este mundo agotado y disperso».

Por eso, cuando cada uno de nosotros se acerca al pesebre, es importante que oremos así: Señor, tú elegiste nacer aquí, en este precario centro que es nuestra carne, entre la sed y la escasez de nuestros días. Elegiste nacer en la desesperación superficial de nuestros paisajes y habitar, como nosotros, este tiempo tan humano y fragmentado. No evitaste que hubiera torbellinos de ceniza donde acampamos, o el flujo de nuestras incertidumbres, dilemas y cansancios. Pero si vienes a nuestro encuentro es para que podamos caminar hacia ti y, aún en nuestra dispersión, podamos encontrarte. Si nos miras es para que podamos verte. Si nos escuchas, es para que sepamos que estamos siendo atendidos. Si extiendes tus brazos hacia nosotros, es para que aprendamos a abrazarnos de nuevo. Y si naces cada año es para que podamos renacer. Que tus ojos, Jesús, nos enseñen la generosidad y la altura. Que tus ojos aclaren nuestra visión. Enséñanos a construir el pesebre donde aún podemos reinventarnos. Enséñanos, por ejemplo, que las dos manos son un pesebre. Que la misericordia y el perdón son los barrotes del pesebre. Y que una vida que se abre a la fraternidad habita, incluso sin saberlo, dentro del misterio de la Navidad.