(Cardenal José Tolentino de Mendonça).
Por eso, cuando cada uno de nosotros se acerca al pesebre, es importante que oremos así: Señor, tú elegiste nacer aquí, en este precario centro que es nuestra carne, entre la sed y la escasez de nuestros días. Elegiste nacer en la desesperación superficial de nuestros paisajes y habitar, como nosotros, este tiempo tan humano y fragmentado. No evitaste que hubiera torbellinos de ceniza donde acampamos, o el flujo de nuestras incertidumbres, dilemas y cansancios. Pero si vienes a nuestro encuentro es para que podamos caminar hacia ti y, aún en nuestra dispersión, podamos encontrarte. Si nos miras es para que podamos verte. Si nos escuchas, es para que sepamos que estamos siendo atendidos. Si extiendes tus brazos hacia nosotros, es para que aprendamos a abrazarnos de nuevo. Y si naces cada año es para que podamos renacer. Que tus ojos, Jesús, nos enseñen la generosidad y la altura. Que tus ojos aclaren nuestra visión. Enséñanos a construir el pesebre donde aún podemos reinventarnos. Enséñanos, por ejemplo, que las dos manos son un pesebre. Que la misericordia y el perdón son los barrotes del pesebre. Y que una vida que se abre a la fraternidad habita, incluso sin saberlo, dentro del misterio de la Navidad.