Hace unos días releía un artículo de Xavier Marcet titulado «Los directivos humildes vencen». Lo releía justamente para hablar con «directivos» (qué mal suena) de la vida religiosa. Lo cierto es que analizando el texto breve de Marcet, inmediatamente he pensado en personas concretas con carisma… y personas y decisiones (también concretas) que nada tienen que ver con él. Y es que el liderazgo para nuestro tiempo debe recaer en personas con carisma. Esa debe ser la búsqueda.
Un signo del carisma es la humildad que «o es natural o no es» dice el autor. Lo mismo se ha impostado un estilo que llamamos humildad, cuando en realidad es silencio u opacidad. La gente con carisma tienden a hacer de las cosas sencillas o fáciles y de aquellas que no lo son tanto, algo natural, que circula. Que todos conocen y todos pueden opinar, porque es suyo.
También la vocación del encuentro para seguir inspirándose es un signo de la gente con carisma. No viven en su mundo, no juzgan desde la barrera. Son gente que quiere aprender, situarse, contrastar.
Es un signo del carisma la empatía y se manifiesta –sin solemnidad– en llamar por el nombre, saludar con cordialidad u ofrecer una sonrisa. La empatía no es un titular académico, es un estilo de vida y la gente con carisma lo practica.
Las personas con carisma están libres de la arrogancia y la autocomplacencia. ¿Cómo puede ser posible que el seguimiento de Jesús conduzca a ciertos estilos tan marcadamente arrogantes? Sencillamente porque no está integrado el carisma, no hay. Se ha fabricado un estilo aristocrático de seguimiento que, en sí, es una contradicción. La gente con carisma no huye del sitio humilde, del pasillo oscuro, del silencio. Huye de la ostentación, porque no hay nada más lejano al carisma que la arrogancia.
La gente con carisma, son artistas del respeto, porque saben que sin él la comunidad es imposible. Por eso la gente con carisma no se sirve de la vehemencia, trabaja el testimonio y la escucha. Dice la gente con carisma que nunca llegamos a saber bien desde dónde se sitúa un ser humano ante Dios. Solo tienen una intolerancia y es hacia la altivez porque esta ofende y aleja a los más débiles de Dios.
La gente con carisma no tiene miedo al aire fresco, a las ideas, al pensamiento. Se asoma a la ventana de la vida y descubre en ella valores que enriquecen su carisma y a la comunidad a la que pertenecen, porque es comunión de carismas.
La gente con carisma no se asusta ante los cambios, no se aferra a sus pronósticos. Vive abierto o abierta, esperanzado ante el porvenir que siempre es incierto por eso dudan, pero son confiables porque no centran la seguridad en sí mismos.
Combina visión, pasión, exigencia y humildad. Pero la gente con carisma vive estos dones como regalos para sí, por eso no los exige ni jamás echa en cara a los demás que no los vivan como él o ella. Solo lee la vida y las relaciones desde ellos.
La gente con carisma no necesita decirlo todo. Entiende que la sorpresa de este tiempo es la brevedad. Las densas argumentaciones y justificaciones solo indican una cosa: que no tenemos tan claro lo que nos traemos entre manos, que nos falta carisma y nos sobra miedo.
La gente con carisma respeta y valora la vida de los demás. Por eso no necesita estar continuamente convocando a cualquier cosa. Así devuelve al encuentro su valor, porque es acontecimiento. Con su vida, la gente con carisma, nos está diciendo que desgraciadamente sobran infinidad de encuentros en los que a base de palabras, gráficas y proyecciones tapamos con voluntad la falta de carisma.
Me duele referirme a infinidad de hombres y mujeres con carisma como gente. Sin embargo queda más anónimo e inclusivo. Ojalá no busquemos otra cosa y otro premio que ser gente con carisma. Ojalá, tantos hermanos nuestros que en estos días asumen nuevas responsabilidades en sus comunidades y congregaciones solo busquen ser gente con carisma. Ojalá, definitivamente, la razón de nuestra reorganización y esfuerzo solo consista en escuchar al Espíritu, centrarnos en el carisma, y dejar que la vida responda, generosamente, a tanta gente que necesita nuestros carismas. ¡Ojalá!