PEQUEÑA, HUMILDE Y ACOGEDORA

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Lo que hoy escuchemos en nuestra celebración eucarística, no será dicho para otros sino para nosotros.

Es nuestro Dios el que habla, el que nos habla: “Yo soy el Señor, que humillo los árboles altos y ensalzo los árboles humildes”.

Al escucharlo, a la memoria de la fe vienen gozo y alabanza y cánticos de pobres que el Señor ha enaltecido. “Mi corazón se regocija por el Señor, mi poder se exalta por Dios… Él levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre”.  “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava… Él hace proezas con su brazo: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”.

El corazón de tus hijos, humilde y pequeña comunidad eclesial, se estremece de asombro, de gozo y de gratitud, al verse a sí mismos plantados en la casa del Señor, crecidos en los atrios de Dios, justificados por su amor, lozanos y frondosos por gracia también en la vejez, árboles humildes ensalzados por Dios.

Pequeño como un grano de mostaza, humilde como una semilla, último como lo despreciable, así quiso ser Jesús de Nazaret; pequeña y humilde y última estás llamada a ser también tú, Iglesia cuerpo de Cristo Jesús.

En Cristo Jesús, pequeño y humilde y último, cabe el mundo entero. Pequeña y humilde y última, también tú aprendes a echar como él ramas tan grandes que los pájaros puedan en ti cobijarse y anidar.

En Cristo Jesús y en ti, que eres su cuerpo, va el reino de Dios, va la gracia de Dios, va la vida de Dios, va un mundo nuevo, va una nueva humanidad…

En Cristo Jesús y en ti, Dios enaltece siempre lo pequeño.

Eso es lo que él hace en la vida de los fieles; y eso es lo que vives en la eucaristía que hoy celebras.

En ella, Cristo Jesús viene a ti, hace de ti su casa, pone en ti su morada.

En ella, el reino de Dios viene a ti como un grano de mostaza destinado a crecer y echar ramas para acoger y cobijar.

En ella, el Padre, que enaltece a su Hijo, te enaltece a ti.

Ya nadie podrá separar tu vida de la de Cristo Jesús, tu pequeñez de la suya. Sólo buscarás ser cada vez más él y menos tú, que él crezca y tú disminuyas, que el reino eche ramas en ti y a tus ramas se acojan los amados de Dios.

Feliz domingo, Iglesia pequeña, humilde y acogedora, casa del pan para los pobres.