Post-truth (post-verdad) ha sido elegida como palabra del año 2016 por los lexicógrafos de los Diccionarios Oxford ya que, según ellos, su uso se incrementó en un 2000 % a lo largo del año que termina.
Post-truth significa que la verdad y los hechos objetivos son irrelevantes, y que tienen menos influencia en la creación de opinión que las llamadas a la emoción o a las creencias personales. En otras palabras: se miente descaradamente, si esto es útil para ganar votos. Los ejemplos que usaron para apoyar su elección de post-truth como palabra del año fueron las campañas pro-Brexit y la del Sr. Trump.
Me pregunté durante días qué influencia estaba teniendo esta época post-truth en nuestras vidas y qué significaba para la vida religiosa. En este sentido, mi participación en la Asamblea de la Unión de Superiores Generales (USG) del 23 al 25 de noviembre me resultó muy iluminadora.
De manera especial, la intervención de Michael Anthony Perry, superior general de los Franciscanos (OFM), el cual nos explicó, con toda sencillez y transparencia, su experiencia de fracaso institucional, concretamente sobre una mala gestión financiera. Podían haber optado por esconder el problema y buscar soluciones alternativas, pero prefirieron optar por la verdad y la transparencia porque -decía- la verdad contiene un poder escondido, y sólo a través de la búsqueda de la verdad será posible vivir la auténtica naturaleza de nuestra vocación, que es carismática y profética.
Prefirieron la verdad, porque lo contrario significaba sacrificar la propia dignidad, identidad y autenticidad, así como la llamada a ser una voz profética ante el mundo.
¿No es esta la respuesta a mi pregunta sobre cuál es el papel de la vida religiosa en este mundo donde post-truth se convierte en palabra del año?
Ante la tentación de reproducir lo que ocurre en nuestras sociedades, estamos llamados a adoptar la postura profética de ir contra-corriente, especialmente cuando se trata de nuestros propios pecados institucionales. Ante la tentación de ignorar la realidad o de proteger a la institución a toda costa, optamos por la verdad y la justicia, que no están reñidas, evidentemente, con la misericordia. La misericordia y la verdad se encuentran; la justicia y la paz se besan (Sal 85,10).
(Vida Religiosa, febrero 2017)