Hace ya varias décadas, cuando estaban en uso y a veces en abuso, los montajes audiovisuales, como material auxiliar para la catequesis de jóvenes, alguien publicó -no sé si Martín Valmaseda- un profético y bien gestado “montaje”: “¿Quién mató la Navidad?”. El mensaje era obvio: rescatar la Navidad secuestrada, negociada, comprada y vendida, objeto comercial en muchos frentes del mercado. Lógicamente, no creo que surtiera gran efecto. La Navidad siguió siendo consumista, mercantilizada, manipulada. Aguien mató la navidad, no sabemos cómo ni cuándo, pero seguramente fuimos un poco todos los que tergiversamos la Navidad, que dejó de ser seria para ser folklórica.
Ahora, cuando han pasado los años y uno tal vez ahonda más en las cosas, he caído en la cuenta de que, en el fondo, no estaría del todo mal “matar la navidad”. Matar no sólo la superficialidad, la frivolidad, el consumo desaforado, las alegrías postizas, las comilonas interminables con inevitable postre de sal de fruta, los villancicos gastados, las luces de neón -o de led para ahorrar un poco- las felicitaciones hasta el año que viene, los whatsApp interminables de ida y vuelta, los videos melifluos y almibarados… ¡y tantas cosas que hemos hecho inherentes y consustanciales a eso que llamamos la Navidad!
Sin embargo, lo peor de la Navidad no es todo lo anterior y mucho más, lo peor de la Navidad es que ella misma “ha matado la encarnación”. En realidad, la Navidad ha sentado sus reales en estos días y ha desplazado, desde la liturgia hasta la misma realidad cristiana y social, el misterio de la Encarnación. La navidad ha suplantado a la encarnación. ¿Conscientemente? Tal vez sí, tal vez no. Pero parece claro que la navidad es más cómoda, más apetecible, más seductora que la encarnación. Es una palabra cantarina, que suena bien, medio melancólica medio infantil, ambigua por lo demás, agridulce por tantas nostalgias que despierta. La encarnación es otra cosa: es una palabreja extraña, casi cacofónica, que se confunde con otras categorías teológicas similares: mucha gente no distingue entre encarnación, redención, remisión, concepción, resurrección, y toda una caterva de conceptos terminados en “ón”. Encarnación nos suena a una señora del pueblo, ya entrada en años, que todavía va a misa los domingos, y que todos llaman “Ción” o “Encarnita”.
Todos hemos matado la encarnación y la hemos sustituido por la navidad. Encarnación viene de “entrar en carnes”, de “hacerse carne”, “el Verbo se hizo carne y habító entre nosotros”. Pero es, quizás, una cateogría teológica un tanto peligrosa: la carne siempre nos da cierto repeluz, -a no ser que sea un chuletón de termera-, pero la carne-carne, la de los tres peligros, hermanada con “el pecado y el mundo”, levanta suspicacias. Nos arroja en el mundo viscoso de la materia, de la facticidad, de lo histórico, del dualismo materia/idea, del embarrarse en los fangos del mundo, del contagiarse con las suciedades personales o ajenas, del contaminarse con tantas enfermedades del alma y del cuerpo, del espíritu y la carne. Los humanos somos “enfermos crónicos de trascendencia”, decía el teólogo, y todos, incluso los no-religiosos, los “materialistas”, nos sentimos succionados hacia arriba, hacia el “cosmos noetós” platónico, hacia el mundo del espíritu, de los ángeles y arcángeles inconsútiles, de la órbita de lo espiritual, lo sacral, lo que rompa la profanidad de la levedad de la materia. Nuestro ADN de reclamo a la trascendencia y lo químicamente puro, sospecha siempre de toda encarnación. Menos Dios, ¡curiosamente!, el único Espíritu realmente puro, -suelen decir- “que no tuvo a mal encarnarse” como Dios kenótico expuesto a contraer los millones de virus y bacterias propios de la carnalidad, de la corporeidad, de la sexualidad…. ¡de la materia, en definitiva! ¿Un Dios materialista, carnal, propenso al contagio y la intoxicación, dependiente y débil, marcado por los inexorables espacio y tiempo, histórico, es decir, en-carnado: “hecho carne”? ¿Aceptamos esta alevosía y este riesgo buscado y querido por el Dios que no tuvo miedo a encarnarse? La Navidad es seria, siempre que no oculte o manipule la encarnación. La Encarnación es liberadora, siempre que la vivamos en el barrizal ineludible de la Historia. ¡Feliz Encarnación 2014 y próspero año 2015!