Jesús nos habla hoy de una vid, unos sarmientos y un labrador. Así de sencillo.
Como si fuese un micro relato actual. El Padre es el labrador, la vid Jesús y (aquí está lo maravilloso) nosotros somos los sarmientos.
Esto quiere decir que nos recorre por el interior la misma savia. En lo invisible y escondido la vida fluye sin que muchas veces nos percatemos. Una unión pocas veces consciente pero constante.
Aquí reside la gracia en plenitud: participamos de la vida común en comunidad. Un sarmiento no puede vivir sin la vid, pero tampoco sin otros sarmientos. Y es más, los frutos no nos pertenecen. No es meritorio el racimo porque depende directamente de la vid y de los cuidados del labrador (cuidados que son mimos a su Hijo en nosotros).
Creo que todo ello nos podría evitar muchos empecinamientos estériles y no pocas rivalidades cainitas.
Disfrutemos de la savia que nos recorre en la pluralidad de sarmientos que engendra el Espíritu, sabiendo que las horas y los frutos son del Padre de los surcos.