Este tercer domingo de cuaresma nos lleva a la escena de la expulsión de los mercaderes del templo de Jerusalén. Una acción dura de Jesús con azote de cuerdas y mesas tumbadas con monedas por el suelo. Esta acción es al más puro estilo profético, uno de esos signos fuertes pero que no transforman la realidad. Al poco rato cambistas y animales que se vendían para el sacrificio ya estarían de vuelta en su lógica de compraventa.
Pero lo importante no es la acción concreta, sino todo lo que hay detrás. Jesús siente violada la entraña profunda de la gratuidad en la relación con el Padre. En los evangelios nunca lo vemos ofreciendo sacrificios, ni siquiera está a gusto en el Templo en el que suele tener confrontaciones abiertas.
Jesús es más de caminos y de personas alejadas de este tipo de relaciones mercantiles con Dios. Es más, su sentido sacrificial se entiende como donación de la propia vida, como esa pérdida de uno mismo que engendra ganancias que se multiplican de una manera insospechada.
A Jesús no le molesta el ruido en el Templo, sino el empeño de poner precio a supuestos favores que le compramos a Dios. Esto es lo que rompe su interior y le hace realizar este gesto que nos molesta e incomoda. En nuestro imaginario de Jesús no nos encaja bien los empujones y rifirrafes que contemplamos en el texto. Pero nos deja entrever la gran ofensa interior que tuvo que sentir. La violencia interna que se transparenta fuera al ver el mercado de lo Divino. No sería la primera vez que lo viese, como todo judío tenía la obligación de subir al templo una vez al año. Pero sí que esta vez lo hartó.
Por su cabeza pasarían sus acciones gratuitas (dad gratis…), el acceso sencillo a un Padre que está en el secreto de los comportamientos anónimos (lo leíamos el miércoles de ceniza), la medida colmada y rebosante que usa el Padre con nosotros y que nosotros deberíamos tener con los demás, el pan nuestro cotidiano que se pide cada día y que no hay derecho a acumular, los talentos que se invierten pero que no se meten en el banco en esa usura del miedo que tantas veces nos asalta…
Padre que no es mercado. Padre que es gratuidad exagerada y que nos cuesta tanto vivir.
Feliz camino hacia la Pascua