Adviento: hacerse niño

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Me imagino el adviento como una vuelta atrás, como una regresión imposible, pero real, al mundo de aquellos a los que les pertenece el Reino por el mero hecho de ser niños, sin méritos ni esfuerzos.
Ya sé que no es muy teológico, que incluso puede llegar a ser algo ñoño, que la gente seria y solvente no hace eso, pero es muy hermoso.
Al fin y al cabo el adviento es Dios haciéndose niño, poco a poco, durante nueve meses en los que saboreó el gran milagro de la vida que se va abriendo paso en una multiplicación de células increíble.
Ponerse a la altura de un niño supone ver la vida de otra manera. El tiempo tiene una intensidad especial en el que mañana siempre es hoy. Donde las relaciones se basan en la gratuidad y la confianza y no en la competitividad o la compraventa. Donde el amor se saborea con el tacto y la fragilidad es una virtud y no en enemigo a vencer.
Y el Reino se entreteje con el ladrido de un perro o la cola de un gato que ronronea. O en la caída de una hoja que atrapa tu atención durante años, o en la prisa que no existe porque la destrona la providencia de quien todo lo espera.
Por ello (y por infinitas cosas más) prefiero ser un niño a un importante abogado.
Feliz niñez de cuatro semanas.

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