La garantía de la actualización de ese amor que Jesús nos deja, de esa común unidad con el Padre es el Paráclito.
El Espíritu es el gran regalo sutil y frágil que se nos entrega a cada uno y a toda la comunidad. Es el encargado de ir regando la tierra en sequía y de ir dando forma a este amor que quiere seguir haciéndose carne y plantando su tienda en nuestro cotidiano.
Verdad interna que va sanando las heridas de los desencuentros y de las envidias que van astillando la fraternidad y los cansancios del camino de seguimiento. Novedad que nos inquieta y nos sosiega al mismo tiempo, en esta paradoja de remar siempre mar adentro y de desestabilizarnos de nuestras certezas miopes y de nuestras verdades a medias. Impulso de comunión siempre renovada que nos hace fiarnos del hermano y que nos descubre en la belleza del prójimo del camino a un hijo de nuestro Padre.
Ven