Mar adentro

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«Rema mar adentro». Esta es la propuesta de Jesús a aquellos marineros del siglo I, a aquellos hombres bregados y agitados después de una faena estéril de toda una noche, de mil noches.

Pedro y los otros saben que la mañana no es un momento propicio para la pesca, que las redes ya están casi limpias y preparadas para la noche siguiente, que aquel nazareno sabía poco o nada de pesca. Aún así encuentran algo en sus palabras, algo que va contra toda lógica y sana costumbre y se fían.

Cuando las redes están más llenas que nunca, cuando casi se rompen por el peso de los peces, Pedro (tenía que ser él!) no se queda en la anécdota de lo increíble, sino que toma súbita conciencia de lo que siente en lo profundo de su mar adentro interior: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador».

Y Jesús, como siempre (tenía que ser él!) no se queda en la anécdota de esa verdad a medias de Pedro. Sabe que no es cierto que en su mar más profundo sea un pecador. Sabe que es amor. Un amor negado tres veces pero confesado en resurrección otras tres. Un amor restañado, curado y redimido. Ese amor que nos hace a todos pescadores de altura, buscadores de Dios allí dónde parece imposible que pueda existir esperanza o consuelo. Un amor aventurado de riesgo no calculado, de ir a contracorriente, ilógico, desproporcionado. El amor de Dios en unos pescadores (también nosotros) defraudados y cansados. Un amor que cambia nuestras vidas.

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