Un gran abismo

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Hoy, como en el evangelio de Lázaro y Epulón, sigue habiendo un gran abismo entre un mundo que derrocha y otro mundo que no tiene ni lo mínimo para vivir.
Ese abismo de los que consumimos sin medida y de los que esperan las migajas de nuestras mesas rebosantes continúa siendo verdad y escándalo.
Jesús cuenta esa historia del mundo al revés (el revés que es el Reino) y que se hace infranqueable en el aquí de nuestro tiempo y en el allá del tiempo de Dios pleno. Infranqueable incluso para los grandes signos que pide el rico Epulón: que Lázaro vaya a avisar a los de su casa para que no pasen por ese lugar de sufrimiento.
La respuesta de Abraham es inquietante: ya tienen a Moisés y los profetas. Ya tienen todo lo necesario por parte de Dios para poder romper el abismo en la tierra, para poder compartir un mínimo de lo que les sobra, para poder ver a tantos Lázaros que son mimados sólo por los perros. Su palabra ya está dada a lo largo de los siglos en la revelación, en la historia de amor de Dios con su pueblo. Quien tenga ojos para ver que vea.
Y ante el atrevimiento de la petición del envío de Lázaro se dibuja la ironía más fina de Jesús: si no escuchan a Moisés y a los profetas tampoco harán caso a alguien que resucite de entre los muertos. Adelantando así su propio camino Jesús dibuja esa incapacidad de los que no quieren ver más allá de lo que tienen, de los que siguen empeñados en agrandar los abismos de tantos lázaros por omisión, por no hacer, por no fijarse en los que están fuera del banquete.
Nosotros ya tenemos un muerto resucitado, fijémonos en Lázaro.

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