Pecado público

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Esa pecadora que se acerca a un banquete de fariseos sabe que nada más entrar está condenada porque su pecado es público, porque todos conocen quién es por lo que hace. No puede ocultar su vergüenza (no sabemos cual, el evangelista no nos lo cuenta) y sabe que se s¡mete en el hogar de los puros, de los que cumplen la Ley de Dios al dedillo. Pero también se arma de valor para soportar el juicio silencioso pero mortífero de los inmisericordes porque tiene la esperanza profunda de que ese gran profeta, que hoy está invitado por el irreprochable Simón, sea como le dijeron: misericordioso.

Y Jesús se deja tocar y mimar, se deja contaminar por esa mujer anónima, por ese gesto de derroche de malgastar un frasco de perfume. Lavatorio de pies adelantado, sepultura antes de tiempo, cariño desbordado sin esperar nada a cambio, simplemente ese poder mimar sin reproche, sin que su condición pública la siga apartando de lo que ha de ser de todos y para todos, ese colmar los ritos vacíos de acogida y hospedaje con un sentido sincero y nuevo.

Ella es, ya para siempre, la que «mucho ama». En un amor sincero hasta el punto de derramar sus lágrimas no sólo de arrepentimiento, sino también de amor. Amor por una persona que no conoce pero que sabe que es distinta, que puede restituir lo robado por el juicio de los demás, que puede ver más allá de lo que uno hace, incluso de lo que uno es porque la persona es mucho más es hijo del Padre, siempre.

Y la frase de Jesús es contundente:»Tu fe te ha salvado, vete en paz». No le pide que no peque más, para escándalo de bienpensantes. No le exige una penitencia pública, ni siquiera un cambio de vida, sólo (infinitamente) le da la salvación y la paz, aquí y ahora.

No sabemos si cambió de vida. Me imagino que al recibir tanto amor solo pudo seguir regalando tanto amor. Lo que es seguro es que esa mujer pasó de ser una pecadora pública a un mujer salvada y pacificada, por lo menos para algunos. Que así sea en nosotros.

3 COMENTARIOS

  1. Es una maravilla el pasaje del Evangelio, y de gran consuelo para quienes no nos consideramos los «puros». Para quienes sólo nos queda confiar en la infinita misericordia de Dios Padre.

  2. Variso hechos similares entre mujeres y Jesús se repiten en los evangelios: Esta únción de los pies, las lágrimas sobre ellos y el secarlos con los cabellos, la que salvó de ser apedreada, la samaritana, etc. Jesús tuvo (tenía) una gran sensibilidad hacia lo femenino, más exactamente al o a la pecadora que con este tipo de actos demuestra un giro de 180º en su percibir la realidad y por enede lo que sigue, un cambio de vida. Eso que experimentan lo descubren en Jesús, de allí ese agradecimiento. Jesús da la paz, en este caso no le pide que peque más, porque ya se lo pidió cuando la salvó de ser apedreada (es la misma mujer). No le dice lo mismo (ni le ofrece lo mismo) a la samaritana que estaba lejos de «captar» lo que captó la Magdalena, solo le llamó la curiosidad que un «extranjero» le pida agua. Jesús le remarca su vida equivocada, le dice: «Dices bien en no tener marido, pues ya haz tenido cinco». ¡Fuerte! Jesús y el pecado son antagónicos, recuerden que su misericordia tuvo el precio de su sangre y es condición sine qua non para la paz y la slavación. Si HOY gozamos paz, mañana la perdemos si pecamos, es casi matemático. Sólo él la devuelve, si tratamos de seguirlo, y lo podemos hacer si hay intención de cambiar de vida y amar…!

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