“PERFECTAE CARITATIS”: EL IMPERATIVO DE LA RENOVACIÓN Y ADAPTACIÓN

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El actual texto conciliar sobre la Vida Religiosa “Perfectae Caritatis” fue presentado en la Congregación general del Concilio el día 16 de septiembre 1964. Los días 6 y 7 de octubre fue sometido a votación. Todos los números en que estaba dividido fueron aprobados por una grandísima mayoría de Padres Conciliares. En la votación del texto en su conjunto votaron 2.325 Padres, de los cuales solo cuatro Padres emitieron un voto negativo. El título defini­tivo fue “De accommodata renovatione vitae religio­sae”. Las dos primeras palabras del texto latino eran “Perfectae caritatis”.

A tal unanimidad se llegó después de una intensa reflexión y discernimiento conciliar. Hubo miles de aportaciones, que la Comisión redujo a 500. En ellas se apreciaban orientaciones diversas: en unos casos se pedía la renovación, en otros la fidelidad a la índole propia de cada instituto. El texto final logró conciliar ambas perspectivas. El texto consta de 25 números y no está dividido en capítulos.

Las cuatro dimensiones de la vida religiosa

El número introductorio o proemio (PC, 1) enuncia brevemente la doctrina sobre la vida religiosa en cuatro dimensiones: cristológica, pneumatológica, eclesiológica y misionera.

§ Cristológica: se expresa la admiración  ante la práctica de los consejos evangéli­cos –ya desde los orígenes de la Iglesia hasta hoy- en hombres y mujeres que se han propuesto imitar más de cerca y con más libertad a Cristo – quien virgen y pobre redimió y santificó a los hombres por su obediencia hasta la muerte. -y se entregan votivamente (devovent) de una forma pecu­liar (peculia­liter) al Señor.

§ Pneumatológica: bajo la inspiración del Espíritu –que lleva a cabo el proyecto divino (consilium divinum)- surgieron diver­sas formas de vida solitaria o familias religiosas. Los religiosos, movidos por la caridad del Espíritu viven para Cristo y para la Iglesia, su cuerpo.

§ Eclesiológica: la Iglesia ha ido aprobando estos institutos de vida religiosa, los cuales contri­buye mucho para que la Iglesia esté preparada para hacer el bien a la habilita­ción de la Iglesia para hacer el bien, al ministerio para edificar el Cuerpo de Cristo, y embellece a la Iglesia‑Espo­sa.

§ Misioneera: se resalta cómo la renovación ha de ser interior, pero también debe manifestar cómo al vida religiosa ha de ser un testimonio de caridad universal. Es la caridad perfecta el objetivo hacia el cual esta forma de vida se orienta por medio de los consejos evangélicos. Se reafir­ma que esta forma de vida cristiana es un signo preclaro del Reino. La donación de la vida de los religiosos les une a Cristo y fecunda la vida y el apostolado de la Iglesia.

La adecuada renovación

El Concilio reconoce el valor y la validez de esta forma de vida consagrada por la profesión de los consejos evangé­li­cos por sus raíces en el pasado y su proyección en el futuro. He aquí los principios que –según el número 2- han de orientar la renovación y adaptación al tiempo que cambia:

§ Volver constantemente a la fuentes de toda vida cristiana –el Evangelio como norma suprema- y a la inspiración primigenia de los institu­tos –los proyectos de los Fundadores o Fundadoras y el patrimonio espiritual-

§ Adaptar los institutos religiosos al tiempo presente. Insertándose en los dinamismos de a Iglesia, conociendo la realidad del mundo.

§ El gran promotor de esta renovación ha de ser el Espíritu Santo y ella ha se ser llevada a cabo bajo la guía de la Iglesia -¡no solo de la jerarquía-. La renovación espiritual afecta de un modo especial a la estilo de vida, de oración, de trabajo, a las estructuras, e instituciones.

§ Se han de implicar todos los miembros de cada instituto en el proceso de renovación. Las grandes decisiones se han de tomar en los Capítulos, por medio de las autoridades competentes y la aprobación de la sede apostólica.

§ Estos principios y criterios de renovación ha de aplicarse en todas y cada una de las formas de vida religiosa (PC, nn. 7.11) y han de afectar a la comprensión de los consejos evangélicos y de la vida en comunidad, formación etc.  (PC, nn. 15-24).

Elementos comunes a todas las formas de vida religiosa

To­das las formas de vida religio­sa comparten unas características ineludibles, algo así como un ADN común. Así lo expresa PC, 5-6:

§ La vida consagrada es siempre respuesta a la llamada de Dios.

§ Tiene como objetivo vivir únicamente para Dios, no solo muriendo al peca­do, sino también renunciando al mun­do; buscándole a Él sobre todas las cosas  -que es una especie de con­sagración (peculiarem quamdam consecrationem), que arraiga en la consa­gración del bautis­mo y la expresa con mayor plenitud; y también tiene como objetivo seguir a Cristo como lo único necesario, de­jándolo todo por Él, escu­chando sus palabras y preocupados por las cosas del Señor, sirviendo a Dios,

§ Se ofrece para el servicio de la Iglesia, y la Iglesia acepta esa auto‑dona­ción.

§ Toda forma de vida consagrada tiende a practicar determinadas virtudes, que la identifican con el anonadamiento de Cristo y la vida en el Espíritu: humildad, obediencia, fortaleza la castidad. La vida religiosa, en todas sus formas, une la contem­plación con el amor apos­tó­li­co

El n. 6 trataba sobre el primado del amor a Dios sobre todas las cosas (ante om­nia). Ese amor es fuente de la fuerza apostóli­ca y es alma y la norma de la práctica de los consejos. La caridad lleva a amar a los miembros de Cristo como a hermanos y a los pastores y a vivir y sentir cum Ecclesia, entregándo­se totalmente (totaliter) a su misión.

Las formas de la vida religiosa

Una cuestión muy debatida durante el Concilio fue cómo clasificar las diversas formas de vida religiosa. El texto ofrecido a los Padres conciliares no dilucidaba la cuestión: describía únicamente los diversos institutos desde la siguiente tipología de su dedicación íntegra a la contemplación en la soledad y el silencio o a la vida apostólica. De ambas formas de vida se pone de relieve su fecundidad apostólica y su dimensión contemplativa. Atendiendo a la petición de los Padres, la Comisión Redactora introdujo tres números nuevos: uno sobre la vida monástica y con­ventual (n. 9), otro sobre la la vida religiosa laical, considerada como un estado completo de profesión de los consejos evangélicos (n. 10); se añadió también la referencia no solo a su ministerio en el ámbito de la educación o la sanidad, sino también o otros posibles ámbitos; se pide, además a los hermanos de todos los institutos que mantengan su indole laicali. El n. 11 queda dedicado a los institu­tos secula­res, que –aunque no son institutos religiosos- profesan los consejos evangélicos, lo cual comporta una consagración y les confiere la misión de ser levadura en el mundo.

Los Consejos Evangélicos en Comunidad

Los nn. 12, 13, 14 y 15 están dedicados a los consejos evangélicos de casti­dad, pobreza, obedien­cia, profesados como votos y a la comuni­dad. En todo ello se atiende a cinco dimensiones inspiradoras: bíblica, teológica, cristo­lógi­ca, eclesioló­gica y ascética.

§ La castidad “por el Reino de los cielos” (¡no castidad perfecta!) que profesan los religio­sos se inspira en  Mt 19,12 y 1 Cor 7,32‑35. De ella se afirma que: a) es un “don eximio de la gracia” que ha de ser estima­do; b) libera “de modo singular” el corazón del ser humano para que se crezca en él el fuego de la caridad; c) es un signo pe­culiar de los bienes celestiales y evo­ca “ante todos los fieles cristianos” el admirable desposorio de Cristo con la Iglesia; d) es un medio muy adecuado para que los religio­sos se entreguen con alegría al servi­cio de Dios y a las obras de apostola­do. Tras esta presenta­ción teológica se ponen de relieve los aspectos ascéti­cos: es importante subrayar que la educación en el celibato o continencia perfec­ta no ha de tener como único objetivo evitar peligros, sino que los reli­giosos lo asuman in bonum integrae personae.

§ La pobreza voluntaria “por el seguimiento de Cristo” es presenta­da como parti­cipación en la pobreza de Cristo (2 Cor 8,5; Mt 8,20). De la pobre­za se dice que: a) es un sig­no espe­cial­mente valorado por los hombres de hoy; b) es necesario que los religio­sos sean pobres en realidad y en el espíritu; c) a la pobreza pertenece someterse a la ley del trabajo, con­fiando en la providen­cia del Padre; d) los religiosos han de dar testimo­nio colectivo de pobreza según los lugares, estando disponi­bles para atender a las necesidades de la Igle­sia y de los hermanos pobres, por amor, y entrar en comu­nión de bie­nes con otros hermanos de congre­ga­ción; e) han de evitar el lujo y la acumulación inmoderada de bie­nes.

§ La obediencia profesada impli­ca la dedicación plena de la propia volun­tad como sacrificio a Dios. Se inspira y fundamenta en la obediencia de Jesucristo a la voluntad del Padre (Jn 4,34; 5,30; Hb 10,7; sal 39,9; Filp 2,7; Hb 5,8). De la obediencia se dice que: a) movidos por el Espíritu San­to, los reli­gio­sos se someten en la fe a los superiores –que hacen las veces de Dios- y que los dirigen en el servicio a todos los herma­nos en Cristo: así lo hizo Jesús (Mt 20,28; Jn 10,14‑18; b) por su obediencia a los superiores los reli­giosos quedan estrecha­mente liga­dos al servicio de la Iglesia e inten­tan llegar a la madurez de la pleni­tud en Cristo (Ef 4,13); c) deben obe­decer a los superiores con espíritu de fe y amor a la volun­tad de Dios, entregándo­se totalmente a lo man­dado, convenci­dos de que colabo­ran en la construc­ción del Cuerpo de Cristo; d) la obediencia lleva la dignidad de la persona a plenitud con la libertad de los hijos de Dios: no infantiliza, ni esclaviza; e) la autoridad ha de ser ejercida con espíritu de servicio, dirigiendo a los súbditos como hijos de Dios, favore­ciendo la obediencia volunta­ria; ha de suscitar una colabo­ración, una obediencia activa y responsa­ble; los superio­res han de escuchar con agrado a sus hermanos.

§ La vida de comunidad se inspira y fun­damentada en la vida de la primiti­va Iglesia (Hech 4,32); es la comu­nidad de los miem­bros de Cristo; es como una autén­tica familia, reunida en nombre del Señor por el Espíritu. Ella vive y se alegra en el nombre del Señor. La unión de los hermanos manifiesta y significa la venida de Cristo (Jn 13,35; 17,21). La ley de la comunidad ha de ser el amor.

Otras cuestiones

Los números 16 al 25 abordan otras cuestiones particulares como la clausura de las monjas (PC, 16), el hábito religioso del que se dice que debe ser modificado si no es sencillo, modesto, pobre, decente, saludable, y si no se acomoda a las circunstancias de tiempo y lugar o a las exigencias del ministerio (PC, 17).

El n. 18 está dedicado a la formación de los religiosos, de la cual depende la renovación y adaptación de los institutos. Características de esta formación han de ser: serena y no precipitada, evaluada y en lo posible titulada, que habilite para el ministerio en nuestro tiempo, que sea armónica y contribuya a la unidad de vida. No solo hay que favorecer la formación inicial, sino también la continua a lo largo de toda la vida, en un contexto de cultura espiritual, doctrinal y técnica.

Los números 19 al 23 determinan la forma de actuación en la fundación de nuevos institutos, en la conservación, adaptación y abandona de las obras propias, en los institutos o monasterios decadentes o en la unión o fusión de institutos, o cómo fomentar las Conferencias o Consejos de Superiores Mayores.

El numero 24 se centra en el fomento de las vocaciones religiosas. Se pide que en la pedicación ordinaria se aborde con más frecuencia el tema de los consejos evangélicos y la conveniencia de abrazar la vida religiosa, para quienes sienten la llamada, presentando las variadas posibilidades que ofrecen los diversos institutos y, sobre todo, el ejemplo de la propia vida.

El número conclusivo, PC, 25, tiene un carácter imperativo de llamada a los Instituto religiosos:

“respondan con espíritu generoso a su divina vocación y a la misión que en estos tiempos tienen en la Iglesia”;

“difundan el mensaje de Cristo en todo el mundo por la integridad de la fe, por la caridad para con Dios y para con el prójimo, por el amor a la cruz y la esperanza de la gloria futura, a fin de que su testimonio sea patente a todos y sea glorificado nuestro Padre que está en los cielos”.

Finalmente la vida de la virgen María, Madre de Dios, es presentada como “norma de todos” y se le suplica su intercesión para que la vida religiosa sea fecunda y crezca. Y se declara solemnemente que el Papa Pablo VI con el benepláctiode los Padres del Sacrosanto Concilio aprueba el decreto Perfectae Caritatis “en el Espíritu Santo… para gloria de Dios”. Queda firmado y sellado el 28 de octubre de 1965.

 

Reflexión conclusiva

No basta una lectura lineal del decreto sobre la adecuada renovación de la vida religiosa. Tras los cincuenta años transcurridos, nos sentimos llamados a situar este decreto en el conjunto de los documentos conciliares. Pensemos, por ejemplo, en el contexto de las cuatro Constituciones (LG, SC, DV y GS), leídas conjuntamente como la Constitución de la Iglesia en la época de modernidad: ellas ofrecen un gran horizonte donde se ubica la vida religiosa de una forma nueva y donde es susceptible de múltiples correlaciones. El de­creto “Perfectae Caritatis” y su contexto conciliar nos abrió el camino para una com­prensión más abierta y relacional de la vida religiosa. La orientó hacia sus genuinas fuentes. Ofreció las claves para superar cualquier forma de pensar que se limite a compren­derla en una mera perspectiva jurí­dica y ascética.

En diversas ocasiones el decreto resalta la dimensión de “signo” ante la Iglesia y la sociedad que tiene esta forma de vida cristiana. En su ser y hacer esta forma de vida es un signo, un oth profético, que llama la atención de los demás y los orienta hacia el Misterio del Reino de Dios y su culminación escatológica.

El decreto “Perfectae Caritatis” invita a no acentuar demasiado la dimensión moral y jurídica de los votos religiosos, para resaltar ante todo, que son las señales del seguimien­to de Cristo y los modos de participar en su desti­no humano. Han de ser comprendidos como “dones de Dios” y no tanto como conquista ascética. Además ha resaltado su carácter de «consejos evangéli­cos»: así son ubicados en el gran espacio de la libertad, que se sabe orientada, estimulada, energizada para caminar en esa dirección.

Juntamente con el seguimien­to de Cristo –como clave de los votos y consejos evangélicos- se hace una constante referencia al misterio de la Iglesia, en la cual Cristo sigue presente y actúa su obra por los siglos. Nunca como en este con­cilio se manifestó la estrecha cone­xión entre la Iglesia y la vida religio­sa. ¡Y ésto es un valor importante! La vida religiosa no es eclesial, por­que ha sido sanciona­da por la Igle­sia, sino porque participa de su mis­ma misión y es uno de sus órganos esencia­les.

El PC profundizó en los aspectos cristológicos, pneumato­ló­gi­cos, eclesiológicos y escato­lógicos de la vida religiosa; define clara­mente que la santidad consiste en la perfección de la caridad, tal como Jesus la vivió; y se muestra que Jesús mismo está en el origen de la vida religiosa, no tanto como fundador, cuanto como fundamento. Por otra parte, resaltó la ineludible dimensión pneumatológica y misionera de esta forma de vida, que ha de estar muy atenta a los signos de los tiempos, a las necesidades de los seres humanos y responder a ellos desde el testimonio y el servicio.

Hay que decir, finalmente, que “Perfectae Caritatis” ha sido como una semilla plantada, que se ha manifestado en un fecundo magisterio eclesial sobre la vida consagrada, en un discernimiento teórico-práctico en el Espíritu Santo realizado en múltiples capítulos generales, provinciales y asambleas comunitarias, en una extraordinaria producción teológico-espiritual y, sobre todo, en iniciativas innovadoras de misión y servicio al Reino de Dios en nuestro tiempo y en nuestro mundo.

Sólo nos queda desear que a lo largo de este año de la vida consagrada nos preguntemos: ¿cómo re-escribir el Perfectae Caritatis en este tiempo, en este cambio de época, cincuenta años después?