La hora es de pasión.
Es de noche.
Es hora y noche de traiciones y cobardías, ambiciones y miedos, lágrimas y desesperanzas.
¡Pobres discípulos de Jesús! ¡Pobre Iglesia!: Comunidad de ilusos, asamblea ridícula de galileos fatuos, pescadores crédulos ¡y mujeres!
La cruz del amigo, aquella cruz en la que fue clavado el Maestro, el Señor, aquella cruz envuelve en luz negra lo que a los discípulos les queda de la vida.
El Nazareno se ha llevado consigo a la cruz, a la muerte, las esperanzas de todos, y les ha dejado en herencia frustración, amargura y miedo.
El templo mantendrá intactos su velo y sus atrios, la muerte su chantaje, ¡y el corazón sus divisiones!: habrá todavía esclavo y libre, judío y gentil, hombre y mujer, explotado y explotador.
Con aquel Nazareno, en su cruz, no moría una nueva religión sino una nueva creación: moría una humanidad nueva, un mundo de hermanos, un mundo sin fronteras. Moría un sueño.
Pero algo irrumpió en la oscuridad de la noche.
Los testigos dejaron noticia de ello en unas palabras: “No está aquí. Ha resucitado”. Ha resucitado el amigo. Y con él ha resucitado la esperanza.
Luego, aquellos testigos añadieron otras palabras: “El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero”.
En la noche se difunde la noticia: hay mundo nuevo y nueva humanidad.
Aquella es hora y noche de libertad conquistada, de salvación ofrecida, de gracia derramada, de Espíritu desatado sobre la faz de la tierra, de viento celeste que remueve las losas de las tumbas.
Resuena en la noche la voz del Nazareno que pone novedad en las viejas palabras del salmista: “Te ensalzaré, Señor, porque me has librado”.
Oigo la voz de la humanidad redimida que, unida a Cristo su Señor, evoca su propio éxodo desde la muerte a la vida: “Sacaste me vida del abismo; me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa”.
El mundo, la humanidad, las palabras, todo es nuevo si el Nazareno se acerca y lo ilumina con la luz de su presencia, todo es verdadero si Cristo ha resucitado.
Todo, también mi vida y la tuya, mi esperanza y tu esperanza, tu paz y la mía, son nuevas y verdaderas si Cristo vive, si “Jesús se acerca, toma el pan y nos lo da”.
Por eso hoy, los pobres nos reunimos en asamblea eucarística, porque necesitamos extender la mano y recibir el pan de Cristo Jesús, el pan que es Cristo Jesús. Necesitamos comulgar con Cristo resucitado.
Tangibles como ese pan serán para nosotros la dicha, la paz, la esperanza y la vida.
Feliz domingo para todos los moradores del mundo nuevo.