En medio de un escenario dantesco de désastres naturales, guerras, enfrentamientos, persecuciones… descubrimos a un Jesús que siempre tiene palabras de esperanza. «Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá» es la conclusión de un final de los tiempos incierto.
El Templo desaparecerá para dar paso a una era nueva en la que Jesús es a quien hay que adorar, pero en espíritu y en verdad, no ya en una localización concreta que esclaviza más que libera porque inmoviliza.
En todos los acontecimientos, también en estos de violencia, podemos percibir la cercanía amorosa de ese cuidador de gorriones o de ese sastre de lirios que es el Padre. Es la presencia silenciosa pero segura que nos grantiza palabras que no nos pertenecen aunque salgan de nuestros labios.