(Dolores Aleixandre, rscj ). Virtuosa, modélica, ejemplar, cumplidora y observante. Ese era el perfil vigente en mi tiempo de noviciado para merecer el calificativo de edificante. Me puse fervorosamente a ello pero los resultados no fueron brillantes, en gran parte porque, cuando de alguien se rumoreaba que había alcanzado ese estatus, el efecto obtenido era claramente disuasorio: el pack de edificación incluía tantos componentes de rigidez, compostura, acartonamiento y afectación corporal, que el resultado era poco atrayente y mi afán decayó.
En cambio conservo la imagen de una hermana mayor de la comunidad vecina al noviciado, considerada poquísimo edificante: tenía la cabeza bastante perdida, el aspecto desaliñado y distaba mucho de ser considerada como “religiosamente correcta”. No se le permitía hablar con las novicias, pero ella se saltaba con total frescura la prohibición y, cuando nos veía por los pasillos, se dirigía a nosotras con tanta gracia y humanidad que nos hacía reír con sus ocurrencias y su proximidad. Del adjetivo edificante, ella había conservado el sentido original de construir, edificar, levantar, cimentar, alzar o elevar…, justamente aquello que con el paso del tiempo se había ido pasteurizando, deshidratando , perdiendo su significado primero y que estaba lost in translation,“desaparecido en el traslado”.
En el posconcilio, soplaron vientos de calidez humana y de normalidad, como esos chorros de aire que usan los barrenderos en otoño para remover las hojas caídas y empujaron fuera comportamientos artificiales y anquilosados, viejas costumbres que olían a apolillado y a rancio.
“Edificar” puede recuperar hoy su significado primero y convertirse en una preciosa metáfora relacional: es “edificante” el hermano/a que ofrece suelo y apoyo a otros, que conjuga los verbos “defender” y “proteger”, que ya vivimos demasiadas intemperies; que refuerza cimientos y tapa goteras comunitarias, que se hace experto en crear ambientes de calidez y de hogar.
Ya lo decía Qohélet:“Mejor dos juntos que uno solo. Si uno cae, lo levanta (lo edifica) su compañero”(Ecl 4,9).