Si uno se deja llevar por el escepticismo, puede quedarse solo con la imagen sombría del triunfo del relativismo y el consumismo. No es fácil entender la gran paradoja en la que nos encontramos: aumento del fundamentalismo religioso unido a una secularización flagrante e incluso brutal; crecimiento escandaloso de la tríada de comercio de armas, drogas, sexo, al lado de un desproporcionado combate mediático sobre el abuso sexual de unos pocos clérigos católicos desviados; la explotación desenfrenada de la naturaleza que no se ve afectada por la preocupación general por el cambio climático, y lo peor de todo, la credulidad concedida hacia las medias verdades y opiniones en una era de búsqueda científica de la objetividad.
Por otro lado, en nuestra época podría verse la de una nueva conciencia emergente capaz de apreciar la riqueza de las generaciones pasadas y la unidad de todas las culturas en una visión integral. Los cambios revolucionarios, especialmente en las comunicaciones, ofrecen la posibilidad de reunir a millones de personas en todo el mundo en solidaridad por causas comunes e impulsar la acción colectiva en beneficio de la humanidad. Cualquiera puede acceder al escenario global establecido por las redes sociales y entretener, sorprender o edificar a millones de personas en un instante. Este escenario mundial es también el escenario de la guerra de valores. Y en este contexto es donde se manifiesta y es la vida consagrada que se percibe profundamente vulnerable.
Muchos religiosos pierden la paz cuando piensan en el futuro de sus instituciones, en otro tiempo fuertes y reconocidas por su relevancia social. Es verdad que cuando nos dejamos analizar con herramientas psicosociales la predicción indica un futuro sombrío.
¡Qué se puede esperar de un grupo líder de octogenarios al mando de excelentes plataformas misioneras sin miembros jóvenes entrantes para tomar su lugar! Cuando uno ve así las cosas, es normal estar decepcionado porque no es un plato de gusto ser el último en un barco que se hunde. En esta situación, no hay pensamiento positivo que logre levantar el ánimo.
Sin embargo, estoy convencido por propia experiencia de la alegría y la belleza de la vida consagrada y su potencial para irradiar ese gozo contagioso a otros, sin negar el precio y el dolor que conlleva pulir este inestimable diamante para obtener su brillo. No tengo motivos para quejarme cuando pienso en la presencia del Señor que me acompaña y me ha llamado. Esta sensación interna de seguridad es lo que me hace sentir seguro en medio de los desafíos que enfrentamos como personas consagradas. Incluso cuando no entiendo, sé que hay algo valioso en esa parte que no se comprende de las crisis y merece la pena esperar.
La historia de la Iglesia ofrece lecciones válidas para hoy sobre el impacto de los cambios de paradigma y las evoluciones culturales en la sociedad y sus consecuencias. En lugar de negarlos o sentir pánico, necesitamos ver la acción del Espíritu en ellos y que otros vean los valores del Evangelio que en ellos están presentes. No tenemos que proteger a Jesús, sino proclamarlo. No tengo ninguna duda sobre qué vida auténtica de vida consagrada puede contribuir a la misión de la Iglesia en el mundo. Sin embargo, necesitamos el valor para vivir la verdad de nuestra vocación sin domesticarla ajustada a los estándares del mundo.
A los superiores de los institutos de vida consagrada, no nos falta trabajo, tanto desde el exterior como desde dentro de nuestras congregaciones. Al ocuparme de asuntos congregacionales, me doy cuenta de que necesito aceptar y vivir la dinámica del misterio de la encarnación que tiene las características de un grupo social humano y la lógica propia de los carismas en la Iglesia. Como grupo social, sigue los ritmos de cualquier otro grupo. Como grupo carismático, los institutos de vida consagrada siguen las leyes del Espíritu. Desde ahí creo que hay que tener en cuenta:
Leer este tiempo desde la lente del evangelio
Esto significa comprender que el Señor, es el señor de nuestra historia que elige a débiles para avergonzar a los fuertes (1 Cor 1,27). En la lógica del mundo, no es deseable ser el anawim de Dios, ni es agradable esperar a que los kairós de Dios revelen los tesoros del Reino. La vida consagrada en nuestros tiempos debe redescubrirse a la luz del Evangelio y aprender a cantar el Magníficat de María como una humilde sierva. Necesitamos vivir por el poder de la cruz y la presencia del Señor Resucitado entre nosotros en lugar de las estrategias de mercadotecnia y administración comercial. Cuando dejemos de lado la necesidad farisaica de ocupar los lugares de honor (Mt 23,6) y renunciemos a la tentación de estar al mando y control (Lc 22, 24), nos resultará emocionante caminar en el Espíritu de la Señor, explorando nuevas oportunidades misioneras que se abren en los mismos contextos donde estamos.
Ampliar la visión de la vida consagrada y situar los desafíos en una perspectiva mayor
Una lectura centrada en Europa del estado actual de la vida consagrada puede dar una imagen distorsionada por ser irrelevante en una sociedad desarrollada. No hace justicia a la realidad de la vida religiosa porque la asocia con contextos económicamente subdesarrollados. En este tiempo la vida consagrada es muy activa y está presente en Asia y África, que es el hogar de la gran mayoría de la población mundial. Es hora de afirmar la responsabilidad misionera allí para fecundar a la Iglesia y la sociedad ejerciendo un papel profético. Es tiempo de mirar con perspectiva histórica, no hacer una lectura puntual, sino tener en cuenta la historia y la entrega de los consagrados en tantas situaciones y lugares del mundo. Saber, por ejemplo, que la vida consagrada ha resistido pruebas aún más difíciles en el pasado. A la vez, ganar en objetividad porque las conductas abusivas de unos pocos no representan la verdad de la vida consagrada, aún cuando los medios de comunicación se preocupen de subrayarlo. No deberíamos dejarnos intimidar por la distorsión de los medios ni la consecuente extorsión económica, sino por la verdad de quiénes somos en realidad.
Buscar las oportunidades y los tesoros espirituales que yacen bajo los escombros de un pasado exitoso y glorioso Se necesita coraje para dejar de lamentarse por las ruinas de lo que ha sido nuestro logro ayer y empezar a trabajar para construir este presente. Recuerdo como un superior general me compartió sobre un escándalo económico que sacudió a su congregación. Me dijo que ayudó al instituto a ser más transparente y comprometido. Cuando nos comprometemos a descubrir la presencia creativa del Espíritu que renueva todas las cosas y nos negamos a seguir siendo adictos al relato de «nuestras glorias», cada situación resulta ser una plataforma misionera desafiante y emocionante. Esta es la respuesta cuando buscamos la novedad del Espíritu. Siempre la vida religiosa ha sido la respuesta más creativa cuando la Iglesia ha tenido que enfrentar la peor de las pruebas.
Beneficiarse de la riqueza intercultural que forma parte de la identidad de la vida consagrada para la misión
Nuestro tiempo está marcado por la globalización y la inmigración masiva con muchos desafíos y consecuencias en la vida humana en nuestro mundo. Las congregaciones internacionales tienen la oportunidad sin precedentes de dar testimonio de los valores del Evangelio a través de su vida y misión. La composición intercultural de las comunidades religiosas y la visión intercultural de la misión los hace mejor equipados para acompañar al pueblo de Dios en nuestros tiempos cambiantes. Necesitamos pasar de la tolerancia a la diversidad a la celebración de la unidad en la diversidad en los contextos interculturales. Se requiere una mayor madurez y competencia intercultural por parte de aquellos que salen de sus culturas a otras, y también a las comunidades que los reciben.
Construir el Reino en misión compartida
Estamos en un tiempo privilegiado del Espíritu que llama a trabajar en una misión compartida. Estamos en un kairós que es un período fértil de misión compartida porque los laicos, los religiosos y los pastores estamos obligados a servir a la Iglesia y a la sociedad unidos para dar un testimonio creíble del
Evangelio. Esta apreciación mutua de los dones hace posible la colaboración con otros agentes –religiosos y no religiosos– en la acción de Dios en el mundo. Paradójicamente, la experiencia de la propia vulnerabilidad de cada uno y la creciente conciencia de la necesidad de crear una sociedad compartida, justa y humana hacen posible la misión compartida.
Cuidar los fundamentos
La invitación del papa Francisco a los religiosos a ser testigos de la comunión y vivir el carisma profético en la Iglesia nos invita más radicalmente a vivir de lo esencial y deshacernos de los accesorios obsoletos (Carta cf. 24 de noviembre de 2014). La vida consagrada, por su naturaleza, reside en el corazón de la Iglesia y su lugar son las periferias existenciales del sufrimiento humano. La sociedad actual anhela la palabra de consuelo de Dios a través de la vida y misión de los religiosos. Cuando los religiosos se cierran se ocupan solo de sí mismos, están optando por la decadencia y la muerte. Una congregación que se dirige a las periferias está en el camino de rejuvenecer su vitalidad carismática.
Encontrar a Dios en el interior para verlo en los demás y en la naturaleza
Muchas personas consagradas caen fácilmente en la tentación del activismo y terminan vacías y estériles. Nuestra originalidad es irradiar a Cristo siguiendo de cerca al Jesús de los Evangelios, independientemente del ministerio que llevemos a cabo. Sin Cristo en el centro, incluso, los mejores apostolados se convertirían en meras acciones filantrópicas. El contacto con el Espíritu que mora en nosotros y desde Él conectar con el pueblo de Dios, marca la diferencia en nuestros apostolados. Sin la profundidad de la vida interior, las actividades externas son como un cadáver sin vida. Creo que el mayor desafío para los religiosos es ahondar en su propio santuario interno para encontrar la presencia de Dios, que es imprescindible para reconocer y venerar la presencia de Dios en los demás y en la creación. Necesitamos aprender un arte nuevo de espiritualidad viendo el rostro de Dios brillando en los ojos de nuestros hermanos y hermanas sin importar su raza, cultura, color o poder.
Trabajar con una visión holística
La crisis de las vocaciones en Europa y América ha instado a muchas congregaciones a emprender una revisión seria de presencias y a la unificación de provincias. Las provincias que habían creado su propia identidad cultural o geográfica tienen más dificultades para asumir el proceso. Los temores y ansiedad de muchos religiosos y religiosas con respecto a la unificación de las provincias y la revisión de las presencias, a menudo revelan la fragilidad de la raíz principal de la vida consagrada que es la unión con Cristo. Cuando Cristo está verdaderamente en el centro, es natural imaginar la presencia profética del instituto religioso en la Iglesia universal y en las diferentes iglesias locales. Compartir la riqueza de las personas y los recursos dentro del cuadro más amplio de la congregación es posible solo cuando existe una ecología congregacional saludable que se hace posible gracias a la interconexión armoniosa y la salud carismática de todos los lugares.
Tal armonía se realiza mediante el intercambio de personas y recursos dentro de la visión holística de la misión de la congregación en la Iglesia. Una ecología espiritual integral contempla que la
Iglesia se una a todas las fuerzas positivas de la sociedad para crear un mundo mejor. A su vez, se han de unir dentro de la Iglesia los diversos carismas para que esta ofrezca misión. Las congregaciones estarán más sanas cuando tengan una comunicación fluida y comunión entre sus partes constitutivas. Puede haber congregaciones que sufran «trombosis carismáticas» y reproduzcan la estructura injusta del mundo con provincias ricas que sufren obesidad, y provincias pobres que luchan por sobrevivir. Debemos tener el coraje de proponer el cambio que queremos para el mundo.
Como superior general, vivo muchos de los desafíos que viven otras congregaciones. Sin embargo, lo que más me preocupa es si el fuego del amor de Dios en los corazones de los misioneros está parpadeando. Si eso sucede a gran escala, no tendremos nada a lo que agarrarnos, ¡y muy poco para darle al mundo! Si somos pocos, pero nuestros corazones están ardiendo con amor como el fundador y sus compañeros, podemos extender ese fuego a donde se nos envíe. La congregación tendrá la misma energía apostólica para prender fuego a todos con el amor de Dios (A. M. Claret, Autobiografía, 494). Seremos misioneros que ardan como la zarza ardiente con la que Dios se reveló a Moisés, que arde sin consumirse (cf. Éxodo 3,2).