UN SECRETO DE LA IGLESIA

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(Emili Turú, VR). Es simplemente un hermano. Esto es lo que he escuchado más de una vez, cuando alguien se refería a un religioso hermano. Creo que la frase refleja una cierta mentalidad, bastante difusa, de que el religioso hermano se quedó a mitad de camino de algo superior que, por supuesto, sería la ordenación sacerdotal.

Constatamos que no siempre la vocación del religioso hermano y, como consecuencia, de las religiosas, es bien comprendida y estimada dentro de la Iglesia. Así dice la introducción al documento Identidad y Misión del Religioso Hermano en la Iglesia, publicado por la CIVCSVA. Ese documento, que nació con la finalidad de aportar luz sobre la identidad del religioso hermano y sobre el valor y la necesidad de esta vocación, ha sido publicado en Nairobi por una editorial de una Congregación religiosa. En su portada, debajo del título, una foto de sacerdotes en clergyman. Y por si no fuera suficientemente evidente, en la contraportada se explica que son sacerdotes cantando y danzando en la Plaza de San Pedro… ¡Maravillosa manera de contribuir a aportar luz sobre la identidad del religioso hermano!

Bien está que se haya publicado el documento, aunque no está claro quién se lo ha leído, ¡empezando por la casa editora de Nairobi! Lo que no me parece tan claro es que este tipo de documentos vaya a afectar mucho a la imagen mental que muchos en la Iglesia tienen sobre los religiosos varones, según la cual lo normal es que estos sean ministros ordenados. Una imagen mental que expresa una pobre teología de la vida religiosa y que se refuerza por la manera cómo vivimos la liturgia: ¿recuerdan la foto de la eucaristía final del año de la vida consagrada en la Basílica de San Pedro, donde los religiosos sacerdotes revestidos con alba ocupaban al menos la mitad de la nave central?

En este contexto, esta columna mensual quiere ser un humilde recordatorio de que todos, en la vida consagrada, debiéramos privilegiar nuestro ser hermanos, simplemente hermanos, porque forma parte de nuestro ADN. De eso y de otras cosas intentaré escribir durante este año, desde mi vocación de hermano, uno de los secretos de la Iglesia mejor mantenidos, según John L. Allen.