MIRADA CON LUPA

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Frère Alois de Taizé: Es fundamental que los jóvenes encuentren una Iglesia amiga

En esta entrevista Alois de Taizé incide en lo que le llena: La Palabra, la comunidad, los jóvenes, la pluralidad… y el inspirador de todo ello, Frère Roger, siempre presente. En nuestras «miradas con lupa» nos acercamos a quien tiene algo que decir, quien es capaz de decirlo ofreciendo una síntesis de novedad, quien abre caminos, quien cree en el cambio. El Hno. Alois es un signo de todo ello. Desde la pequeña parábola de Taizé, nos dice que las cosas se pueden hacer de otro modo, la pretensión no es que los jóvenes cambien para encontrarnos, sino aprender a acercarnos a la realidad plural de la juventud.

 La comunidad ecuménica de Taizé es un signo claro de cómo la comunión es un atractivo para los jóvenes. ¿Explíquenos cómo cuidan la comunidad?

Siendo aún muy joven, Frère Roger tuvo la intuición de que una comunidad de hombres buscando sin cesar la reconciliación, sería un signo esencial, una señal de paz y de unidad. La vocación que propuso a los hermanos que iban a unirse con él la definió como una “parábola de comunión”.

Siguiendo esa intuición, nosotros quisiéramos dar siempre prioridad a la vida fraterna, viviendo como en una familia. Esto no se logra sin más. Las exigencias del trabajo para asegurar nuestro mantenimiento, así como las tareas de la pastoral de jóvenes pueden hacer que la vida fraterna se resienta.

La unidad entre nosotros es algo verdaderamente precioso. Lo importante no es vivirla perfectamente – estamos con frecuencia lejos de ese propósito– sino tender siempre hacia esa unidad. Esto supone dejar constantemente renovar en Cristo nuestra mirada sobre los demás hermanos.

Se dan entre nosotros lazos fraternos, lazos de amistad, pero hemos de procurar que se extiendan a todos los hermanos. Edificar la unidad es una tarea de todos los días que a todos incumbe. Es Cristo quien nos ha reunido. Él nos permite aceptar y superar las disarmonías que pueden surgir.

Nuestro empeño por la comunión y la unidad nos exige una gran flexibilidad. Nos exige aceptar los cambios para entrar en una nueva etapa de vida. Esto exige, por ejemplo, considerar nuestro trabajo como un servicio y no como un campo de desarrollo personal, a pesar de las cualidades que podamos poseer en nuestro trabajo específico.

¿La pluralidad es una posibilidad o un reto para la vida comunitaria?

La unidad y la pluralidad son dos polos necesarios para construir una parábola de comunión.

Acabo de referirme a las exigencias de la unidad. Tengo que decir que existe en cada hermano un deseo legítimo de desarrollo personal, que estimula, hace creativo y enriquece el testimonio común. Es posible sentir que la vida de comunidad implica también límites a nuestras aspiraciones personales, pero es seguro que la vida en comunidad permite desarrollar cualidades que no podríamos cultivar solos y que por tanto quedarían sin respuesta.

Hay entre nosotros una gran diversidad no solo confesional, hermanos de variada proveniencia protestante, hermanos católicos, además de una gran diversidad cultural. Venimos de todas las regiones de Europa, pero también de África, de Asia y de las dos Américas.

Por ejemplo, un hermano de Guatemala o de Bolivia, cuyos orígenes se remontan a las poblaciones indígenas de América latina, participa aquí en la construcción de una parábola de comunidad con un hermano indonesio, cuya familia es en parte musulmana o con un hermano de Tanzania. ¡Es maravilloso, pero qué reto tan difícil!

Quisiéramos que la armonía de nuestra vida fuera un signo de comunión entre los rostros diferentes de la familia humana presentes entre nosotros. Quienes buscan realizar esa armonía saben bien que se trata de un camino difícil. Y, sin embargo, el enriquecimiento mutuo es posible. Porque nuestra identidad no está solamente en nuestro origen, sino en Cristo, de quien nos hemos revestido.

Todas las comunidades tienen que estar alerta para que el individualismo no lleve las de ganar. Cuando los dones individuales se integran en un propósito común, la diversidad es preciosa. En Taizé comprobamos que para ejercer una pastoral con los jóvenes, que debe mantener la unidad, la diversidad de dones encuentra su propio lugar: dones espirituales o pastorales, dotes artísticas, pero también dotes prácticas, en el campo de la informática, capacidad de organización…

La Iglesia está abierta a una reflexión con el próximo sínodo para acoger, entender y dar cauce a las expectativas de los jóvenes. Según usted, ¿qué es lo más urgente?

Confiar en los jóvenes. No comenzar con exhortaciones. Una amplia acogida puede abrir los corazones a la acogida del Evangelio, a un cambio de vida. Frecuentemente descubrimos en los jóvenes una gran generosidad pero muchos entre ellos tienen la impresión de que su vida no cuenta para los demás. Están buscando un sentido a su vida, una meta a la que consagrar su generosidad.

Todas las tardes, después de la oración, varios hermanos se quedan en la iglesia para escuchar a los jóvenes que quieren hacer una pregunta, exponer un problema, compartir una alegría. Es fundamental acogerlos, escucharlos, acompañarlos. ¿No esperan encontrar en la Iglesia ante todo un lugar amigo?

Cuando encuentran esta amistad, se muestran dispuestos para seguir adelante para responder a la llamada exigente de Cristo.

¿Qué signos ve en los jóvenes que son expresión de la gratuidad y libertad que encarna la vida consagrada?

Nos ha sorprendido, por ejemplo, la aceptación con que han acogido nuestra propuesta de crear pequeñas comunidades provisionales de tres o cuatro jóvenes que durante un mes van a alguna parte del mundo para llevar una vida de oración y de solidaridad con los excluidos, los pobres, las personas más vulnerables. Esta invitación es apreciada tanto por los numerosos jóvenes que la siguen como por aquellos que los reciben. Es una experiencia que demuestra el gusto por una vida de gratuidad.

Acaba de salir el comentario de la comunidad de Taizé a la Palabra en español y francés. ¿Cuál es la idea que guía toda la propuesta de acercamiento a la Palabra para este año 2018?

Comenzaremos por una reflexión sobre la alegría del evangelio, una de las tres realidades que hermano Roger puso en el corazón de nuestra comunidad. Las otras dos son la simplicidad y la misericordia.

Buscaremos cómo ahondar en las fuentes de la alegría. La resurrección de Cristo es una misteriosa fuente de alegría que nuestro pensamiento nunca llegará a comprender plenamente. La alegría no como un sentimiento superficial, ni como una felicidad individualista, que conduciría a un aislamiento. La alegría del evangelio nace de la confianza de sabernos amados por Dios.

Lejos de ser una exaltación que huye de los desafíos de nuestro tiempo, nos hace más sensibles al sufrimiento de los otros. Buscamos escuchar el grito de los más vulnerables, el grito de dolor que brota de la miseria, de la violencia, de la pobreza extrema, estén, o no, cerca de nosotros.

Cuando escuchamos de cerca el grito de alguien que ha sido herido –un anciano, un enfermo, un preso, un sin techo, un migrante– ese encuentro personal hace que descubramos la dignidad del otro y nos hace capaces de recibir, pues incluso el más destituido tiene algo que ofrecer.  ¿No aportan las personas vulnerables una contribución irremplazable para la construcción de una sociedad más fraterna? Nos revelan nuestra propia vulnerabilidad y por eso mismo nos hacen más humanos.

¿La vida consagrada está siendo un signo de creatividad conforme a la inspiración del papa Francisco?

Hoy día se están realizando grandes cambios en la vida consagrada. Se busca filtrar todo lo que se ha vivido antes para concentrarse en lo esencial.

Lo esencial está en una vida fraterna renovada. ¿No espera el mundo de la vida religiosa signos fuertes de fraternidad?

A pesar de las dificultades que traen consigo estas transformaciones, da mucha alegría ver a personas consagradas que se entregan totalmente.

Yo las he encontrado con ocasión de una visita reciente al Sur de Sudán. Recuerdo, por ejemplo, a dos religiosas que consagran toda su energía a acoger y formar a chicas jóvenes que, de no ser por el acompañamiento de las religiosas, no tendrían futuro. Pienso también en los padres Combonianos que dejaron la aldea en que vivían cuando fue atacada y se unieron a la población para vivir en un campo de refugiados en Uganda. Estos misioneros se mantienen en primera línea para estar junto a los más pobres.