A vivir en comunidad se aprende, pero no basta. Tiene que haber una llamada previa que configure la vida hacia la comunión, «hacia ese todo compartido y transformador». Apunta, con razón, A. Cencini que uno de los problemas de la vida consagrada es haberse estancado o clericalizado o parroquializado. Dice también que se ha desdibujado un tanto la riqueza y pluralidad carismática porque si bien nos mostramos en los documentos como una familia peculiar, en la práctica las congregaciones y ordenes no solo representamos los mismos valores, sino que los ofrecemos casi exactamente… Estas cuestiones quizá nos estén anunciando algo más delicado y es haber caído en una profesionalización del carisma.
Estimo que la raíz y peculiaridad carismática la encontramos en la capacidad sugerente y original para expresar que somos comunión. La presencia de referencias comunitarias que ofrezcan, desde diversos acentos, ese compartirlo todo en totalidad y libertad es el signo de la vida consagrada de este tiempo. ¿Qué está ocurriendo? Quizá tengamos que reconocer que esta ofrenda no es tan evidente, no la experimentamos como urgente o, aun peor, no la vemos posible.
Las configuraciones de la comunidad son tan variadas como lo somos las personas. Porque las personas, en nuestros modos relacionales, proyectamos, acogemos, posibilitamos y también dificultamos la intensa convivencia comunitaria. Estamos hablando de algo que es sensiblemente diferente a una organización, un pacto, un organigrama o estructura.
Si vamos a las causas tendremos que reparar que este momento histórico, siendo diferente, necesita respuestas y propuestas que también lo sean, y es una dificultad. Como también lo es la convivencia sin preguntas entre generaciones muy distantes en su cronología, o las distancias culturales. Es también un problema y una posibilidad la atención a la misión y la diferente percepción de la misma. Pero a nuestro modo de ver hay una dificultad mayor y quizá más delicada y se podría formular, más o menos, con la siguiente pregunta: ¿No estaremos forzando a vivir en comunidad a quien no está llamado a vivirla? ¿No habrá hermanos y hermanas que han aprendido algunas formas, sin que el fondo personal se vea afectado por el misterio de la comunión?
No es cuestión de formular problemas que no existan. Hay suficientes. La constatación de algunos estilos de vida y algunas visiones nos llevan a afirmar que hay, o puede haber, en la vida consagrada, personas que han aprendido un estilo y unas formas, pero su interior está constantemente afirmando que su camino es otro y bien distinto. Su misión y cooperación con el reino no es la comunidad donde todo está en común, sino otros modos, también posibles, de participación en la misión. Algunas veces, cuando percibes que hay personas que les cuesta descubrir la comunidad como encuentro de hermanos o hermanas y buscan solo amigos, o complemento o compensación, te preguntas si su llamada no es «otra cosa», si solo han aprendido, durante años una forma mecánica de funcionamiento con una sucesión de horarios, ritos, encuentros y palabras que, aunque no signifiquen, les es más fácil seguirlos que plantearse dejarlos.
La pregunta primera y casi única cuando alguien busca la vida consagrada es si está dispuesto o dispuesta a darlo todo, compartirlo todo y ser libre. A partir de ahí, sí se puede y debe aprender… Pero previamente, sin ninguna duda, que se sea consciente de una llamada que habla claramente de comunidad de vida.