Necesitamos volver la mirada a Jesús desde el corazón de las angustias personales, comunitarias y sociales. Él es la resurrección; por ello cuando creemos en Él, no podemos morir, y aunque muramos, viviremos (Jn 11, 25). No podemos marchitar la vida ante cada deficiencia de nuestros hermanos o hermanas, porque por muy respetables que ellas sean, no podemos, a causa de ellas, correr el riesgo de perder la alegría. Por ello es importante recordarnos día tras día que lo más urgente, indispensable y alternativamente primordial, es la pasión por la suerte del pueblo santo de Dios. Con ello quiero decir, con toda sinceridad, que no considero útil perder el tiempo en disensos intracomunitarios que anulan los dinamismos de tantos y tantas en este estilo de vida y generan el estancamiento y el cansancio; cuando no el deseo de salir corriendo hacia otros caminos de realización como personas.
Es necesario desarrollar la serena tranquilidad de dejar que algunos y algunas vivan sus problemáticas sin dejarnos anular por ellas, de manera que podamos vivir atentos a las urgencias de este mundo y a las invitaciones del Santo Padre quien nos urge estar en salida hacia las periferias existenciales de la humanidad contemporánea. Felices en esta misión, experimentamos la alegría de haber sido llamados a jugarnos la vida por Cristo y el Reino.