(Silvio Báez, Managua) El modelo de la esperanza es Abrahán, que «creyó, esperando contra toda esperanza» (Rom 4,18), expresión en sí misma contradictoria, pues no se puede esperar en modo sensato cuando no hay razones sufientes para hacerlo. Abrahán logra esperar porque cree. Su fe la vive como esperanza y su esperanza es confianza ilimitada.
Pablo describe así la fe de Abrahán: «No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor (nenekroménon) –tenía unos cien años– y el seno de Sara estéril (nekrósis). Ante la promesa divina dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido» (Rom 4,19-21). Para describir el cuerpo del anciano patriarca, Pablo utiliza la forma verbal griega nenekroménon, que indica la descomposición de un cuerpo humano sin vida; para indicar el vientre estéril de Sara, usa el sustantivo nekrósis, que es la degeneración de un tejido por la muerte de sus células. En ambos casos se quiere poner de manifiesto el límite que impone la muerte a la existencia humana.
La fe de Abrahán ha sido más fuerte que la muerte, pues creyó en Dios, como aquel «que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean» (Rom 4,17). Abrahán supera el horizonte de las esperanzas que se basan en las fuerzas humanas, a las cuales la muerte impone inexorablemente un límite insuperable. Creyó y esperó en Dios y en sus promesas: «Dio gloria a Dios» (Rom 4,20).
La fe y la esperanza de los cristianos es como la de Abrahán, pues ponemos nuestra fe y nuestra esperanza en la fidelidad y el poder vivificante de Dios. Abrahán creyó en el Dios «que da vida a los muertos» (Rom 4,17); los cristianos «creemos en Aquel que resucitó de los muertos a Jesús, Señor nuestro» (Rom 4,24). El Dios que cumplió sus promesas a Abrahán, es el Dios que ha resucitado a Jesús de la muerte. Abrahán esperó una tierra y una descendencia, los que creemos en Cristo esperamos ser transformados a imagen del Señor Resucitado, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.