(Silvio Báez, Managua). Al inicio del último capítulo de la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium el papa Francisco habla de los «evangelizadores con Espíritu», explicando que se trata de «evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo», quien les infunde fuerza para «anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente». Es el Espíritu quien confiere no solo eficacia al anuncio, sino quien comunica arrojo y libertad interior al evangelizador, incluso cuando su predicación y testimonio resultan incómodos.
Santa Teresa de Jesús se lamentaba que en su tiempo, cosa que ocurre también en el nuestro, «hasta los predicadores van ordenando sus sermones para no descontentar». «Buena intención tendrán –dice la Santa– y la obra lo será; mas ¡así se enmiendan pocos!» Y saca su conclusión: «No están con el gran fuego de amor de Dios, como lo estaban los Apóstoles, y así calienta poco esta llama» (Vida 16,7). Les falta el Espíritu. La Santa se lamenta de los predicadores que «temen persecución» y que «quieren tener gratos los reyes y señores y el pueblo», pues «van con la discreción que el mundo tanto honra» (Conceptos del amor de Dios 7,4). Quien quiera quedar bien con todo mundo, no podrá nunca ser profeta del Evangelio.
A quienes el Papa llama «evangelizadores con Espíritu», se les podría describir con estas palabras de Teresa de Jesús: «La ganancia de sus prójimos tienen presente, no más. Por contentar más a Dios, se olvidan a sí por ellos y pierden la vida en la demanda, como hicieron muchos mártires (….). No se les da nada descontentar a los hombres» (Conceptos del amor de Dios, 7,5). La evangelización que nace del Espíritu no es diplomática, sino profética; no conoce el miedo, no busca contentar a nadie y no rinde cuentas sino a Dios. En la Evangelización «ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu» (Evangelii Gaudium, 261).