La verdad resplandece por si misma y deja al descubierto la mentira. Pero puede acabar crucificada. Jesús de Nazaret fue condenado por los amantes de la mentira. Uno de los calificativos que definen a Jesús es la verdad: “Yo soy la Verdad”. Lo dijo de sí y no de su doctrina. La verdad de Jesús no se otorga en el decir la verdad; contiene más bien un ser, es decir, un vivir en la verdad. En Jesús, la verdad define una vida, no una realidad. No es tan solo verdad del decir, sino de la existencia toda. Otro de los calificativos que definen a Jesús es “Logos”, Palabra. La Palabra y la Verdad en Jesús van unidas. Una Palabra verdadera es siempre luz y vida.
El hablar verdadero tiene que ver con lo que es una persona y con la defensa de las personas. Y si tiene que ver con la persona, tiene que ver con Dios. Un Dios que habla incluso cuando parece que guarda silencio. Dios es Verdad porque es Logos, Palabra. La Palabra de Dios pone orden en las cosas, pone a cada cosa en su sitio. Así debe ser la palabra humana, el decir humano, si quiere ser imagen de la Palabra de Dios.
La palabra es una de las mejores manifestaciones de la imagen de Dios que es el hombre. Por eso hay que hablar. Frente al poder que oprime, palabras que liberan. Frente al silencio, cómplice de la injusticia, palabras de justicia. Frente al miedo a los poderosos, palabras de sabiduría. Frente a la suciedad y la corrupción, palabras claras y limpias. Frente al vacío y el sin sentido, palabras verdaderas. Y siempre, palabras libres en libertad. Porque siempre queda la palabra.