Hay padres que no tienen espacio para tener hijos, bien porque no los quieren, bien porque no tienen tiempo para ellos, bien porque no los valoran. Hay familias en las que no hay sitio para los ancianos, bien porque están enfermos, bien porque no aportan nada, bien porque la herencia ya está repartida, bien porque no quieren cuidarlos. Hay padres que no quieren hijos con minusvalías, incluso si son inteligentes como puede ser el caso de los autistas.
Hay sociedades en las que no hay sitio para los extranjeros, bien porque son de otra raza, bien porque son pobres, bien porque piensan de otro modo, bien porque tienen otras costumbres. Hay empresas en las que no hay sitio para los trabajadores que reclaman sus derechos, y sólo aceptan a los que tienen miedo o no tienen papeles. Hay políticos que rechazan a los extranjeros o a los que hablan otra lengua, en nombre de un extraño dios que se llama patria o nación. Los hay que construyen muros buscando ampliar el espacio nacional; y otros que pretenden eliminar todo atisbo de religiosidad buscando ampliar el espacio social. ¡Qué contradicción! ¡Reducir para ampliar! Hay centros en los que no hay sitio para revistas, libros, o prensa que ofrezcan alternativas a lo que allí se enseña.
Hay mandatarios religiosos que califican a los creyentes de otras religiones de paganos, infieles o incrédulos. Hay quien no soporta determinados modos de vivir, o que se tengan determinas opiniones, o se siente insultado por quien así vive o por quien tiene tales opiniones y, como no lo soporta, busca aniquilar a los enemigos que él mismo se ha creado. Hay demasiada gente que se cree dueña del espacio y que no permiten que nadie lo ocupe sin su permiso. Demasiada gente que no deja espacio a los otros, creando un ambiente de discriminación, odio e incomprensión.
También hay políticos honrados, empresarios decentes, católicos verdaderamente católicos, o sea, universales; y padres cariñosos con sus hijos, tanto más cariñosos cuanto más necesitados están.
Los primeros se creen muy “ortodoxos”, muy “patriotas”, muy “decentes”, en realidad son una peste; los segundos ayudan a purificar el aire para que en esta sociedad de diferentes haya sitio para todos. Mientras para los primeros las diferencias separan, para los segundos enriquecen. Y, en todo caso, no son motivo para el rechazo, sino para el análisis serio, meditado y contrastado.