ADEMÁS DE MAESTROS, PROFETAS

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(Montserrat del Pozo). ¡De qué poco sirve la palabra cuando no va acompañada de hechos! La sabiduría popular ya lo tenía muy claro “Obras son amores…”. Por esto al maestro, al educador se le piden dos cualidades: una, que hable y actúe, pero no solo ésta, se le pide además una segunda, inseparable de la primera, que sea profeta. Tenemos un buen referente el Evangelio, en donde vemos que el Maestro  por excelencia enseña con palabras y sus palabras siempre van corroboradas por signos, por hechos. “Si no creéis en mis palabras, creed en mis obras” afirmó el mismo Jesus (Jn 10,38). Cierto que los signos de Jesús eran milagros: dar la vista a los ciegos, devolver el oído a los sordos, dar la posibilidad de andar a los cojos… pero hay muchas actuaciones en la vida del maestro, en la que se llevan a cabo algunos que también podemos llamar “milagros”. ¿No es abrir los ojos del entendimiento siempre que se facilita  la posibilidad de aprender a un alumno?, ¿no es dar oído a un sordo, cuando se ayuda a trabajar la atención al que va disperso y solo oye –sordo específico– sin escuchar?, ¿no es  corregir la cojera, ayudar a fortalecer la seguridad en uno mismo? Estos son pequeños o no tan pequeños “milagros” que el maestro está llamado a hacer. Obras que corroboran sus palabras.

Pero es que además de acompañar las palabras con las obras, hay que ser profetas, tal como nos pide hoy el Papa Francisco. ¿Por qué profetas? Porque profeta es el que ve, el que es consciente del Bien que ha encontrado y siente el imperativo de transmitirlo, impulsado por la propia fuerza del Bien que de por sí ya es difusivo. El profeta es el que transmite con sus palabras y con sus obras un mensaje de bondad, de integridad, sin adherencias ni falsificaciones; el profeta, como un cristal limpio es consciente de que su mensaje es su vida, y se reconoce medio, nunca fin.  De ahí que el maestro-profeta siempre es humilde.

Detrás de las palabras de maestros y educadores hay que poder descubrir profetas capaces de hablar y actuar entre sus alumnos. El profeta tiene mucho de líder, en cuanto es alguien que ha visto algo que no todos ven, por esto es creativo y  contagia entusiasmo.

El maestro-profeta es el que, atento a lo que ve y escucha, sabe sugerirlo y animar a otros a ver y a escuchar y, porque conoce bien su misión, también sabe dejar el protagonismo a sus alumnos, a los que reconoce su autonomía.

Maestros al estilo del Maestro, atentos a ver y oír, señalando horizontes, ofreciendo ayuda, sembrando inquietudes, impulsando a avanzar con palabras, con obras, y sobre todo con la coherencia de vida que valida todo lo anterior. Un magnífico programa.