CONVERSACIONES DE TREN

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Me estoy dando cuenta de que muchas personas aprovechan los recorridos en cercanías para hablar por teléfono. Ahora mismo, cuando regreso a mi casa en las afueras de Madrid, tengo una chica frente a mí que está charlando con una amiga. Aunque no estaba prestando atención a la conversación, me ha llamado la atención que le estaba contando el enfrentamiento que ha tenido con una religiosa (“monja” la ha llamado ella) supongo que en un centro educativo. Le contaba a su amiga que, con el calor que está haciendo, lo normal es que acudieran con tirantes y que esta religiosa le había reprochado a ella que, por ese motivo, venía desnuda. Según he entendido, no se trataba de un enfrentamiento ni directo ni puntual, sino una gota más en un vaso que estaba lleno.

La conversación no me hubiera llamado la atención si no llega a ser por el convencimiento que esta joven le compartía a su amiga: “es como si se arrepintiera de su vocación y lo pagara fastidiando a todo el mundo”… y esto sí me ha hecho pensar. ¿Qué nos pasa a la Vida Religiosa que damos esta sensación con tanta facilidad? ¿Pueden unos centímetros más o menos de piel al sol convertirnos en hurañas amargadas para tanta gente? ¿Estamos seguras de que todas las batallas en las que invertimos la carga pesada de nuestras municiones valen realmente la pena ser luchadas?El encuentro con Jesús ¿no tendría que hacernos más empáticas… y más simpáticas, más capaces de percibir cuándo las “bromas” no hacen gracia o cuando incomodamos con nuestros comentarios “sin mala intención”?

Es cierto que los prejuicios son eso, prejuicios, pero también es verdad que a veces los labramos golpe a golpe, comentario a comentario. Quizá, si fuéramos conscientes de que transmitimos sin querer aquello que expresaba esta joven de que, en realidad, no somos felices, tendríamos más cuidado… o nos cuestionaríamos con honestidad qué guardamos en el corazón y se transmite en nuestras actitudes.