Entretenidos y encargados o emocionados (Editorial)
Me van a perdonar el titular en masculino que, en realidad, es genérico. Salvada la cortesía, quiero este mes proponerles una reflexión sobre el cariz de nuestra vida e historia juntos. Tiene uno la sensación, seguramente viciada por una mala observación, de que hay una buena parte de población en la vida consagrada muy entretenida, con bastantes encargos, pero no tan emocionada. Y quizá, también me lo van a permitir, entendamos por emoción un principio vital mucho más positivo y creativo que lo que en realidad le pertenece.
Me llena de paz ver nuestro mundo emocionado. Respirando, conviviendo, actuando, soñando, orando, con experiencia de lucha común, con sabores y «sinsabores». Es nuestro mundo vivo, ocupado. Ese «estar, sin pausa creando», y en medio de él, a pie de calle, la vida consagrada ocupada en hacer explícito el Reino. Con sus valores, su poder evocador y transformador. Con su utopía imposible que llena de posibilidad y emoción la vida.
La emoción, se nos antoja, muy próxima al sueño vocacional. Al sentido de la vida. A las grandes razones por las que alguien mediocre, en un momento dado, dejó todo, por una aventura de Reino que le superaba. La emoción no es ni el cargo, ni el tiempo, ni la casa. No es lo que hago, ni el éxito. No es la amistad, ni la vida compartida, ni la agenda llena, ni acostarte cansado, ni gozar con un salmo viejo que te suena nuevo. No es volver a empezar, ni imaginar cómo sería… Es todo eso, leído con fe y en la secreta compañía de quien es Misterio de proximidad.
Va uno descubriendo que la donación y gratuidad en la vida consagrada siempre ha estado empapada de emoción, más que de voluntad. Sus momentos más fecundos son cuando sabe hacer camino –emocionado y real– con los débiles y ser su bálsamo y consuelo; cuando la experiencia de carisma compartido es más fuerte que las luchas internas, sean expresivas o latentes. Cuando la presencia del Espíritu, con su brisa suave de libertad, es más palpable que el yugo de la ideología o, cuando las historias del pasado se colocan definitivamente en museos, para ser visitadas y recordadas, eso sí, con «emoción agradecida».
Cuando los religiosos hacen memoria y silencio no echan de menos ideas, ni proyectos. Incluso pueden dar razón de buenos intentos de procesos. De lo que no hay tanta conciencia es de dónde sitúan la propia emoción. Qué emociona hoy por hoy su existencia y les posibilita vivir en una comunidad y congregación con la conciencia de que es su sitio y su plenitud. La vocación no es un compromiso de hacer lo que se hizo y menos, incapacidad de pensar la vida y su sentido. La vocación no encuentra sentido cuando solo está entretenida y mucho menos encargada. Entretenidos y encargados pueden pasar los días con sensación de ocupación, pero no siempre con emoción vocacional. Hay procesos organizativos de nuestras instituciones que son un buen ejercicio para tener a la gente entretenida, incluso encargada… Lo que no es tan seguro es que cada uno y cada una esté poniendo en ellos su vida y su emoción; su vocación y su identidad.
Es fácil comprobarlo, sencillamente puede contemplarse separado o separada de lo que hace y ponerse el termómetro de la vitalidad vocacional. Algo tan sencillo como preguntarse qué cree y en quien; cómo se emociona orando y recreando su vida con la Palabra y cuándo fue la última vez que pensó más en la felicidad de quien nada tiene, que en la propia. Si además tiene valor y se anima a preguntarse por la bondad de sus palabras sobre los demás, el agradecimiento por el don de sus vidas o lo ensanchado que tiene el corazón para que quepan todos y todas, descubre si está emocionado o, de momento, lo suyo es estar entretenido o encargado.
Me atrevo incluso a dejarle una clave de crecimiento: Cuando estás emocionado ves emoción y cuando estás entretenido, solo entretenimiento. Es cosa del Espíritu que solo lo perciben quienes se emocionan con su paso por la vida.