(Fernando Millán Romeral, O. Carm.) Celebramos este año el centenario del nacimiento de Gloria Fuertes, esa gran mujer y gran poeta (al parecer no le gustaba que la llamaran poetisa) que derrochó en su obra humanidad, ternura, humor y una fe bien honda y bien madura, tan lejana de mojigaterías como arraigada en su vida. Parece que la cultura española (esta vez sí) ha reaccionado con motivo de este centenario ante ese olvido tan injusto en el que se tenía a Gloria o -peor aún- ante esa imagen tan empobrecedora que la limitaba a un personaje de televisión infantil o a las imitaciones de ciertos humoristas. Es ya casi un tópico decir que todo esto sucede mientras en los Estados Unidos hacen tesis doctorales sobre ella. La cantante barcelonesa Silvia Comes ha mostrado en un hermoso disco algo de la grandeza humana y hasta un cierto existencialismo escondido bajo la bonhomía de Gloria Fuertes. Y el Centro Cultural de la Villa en Madrid le ha dedicado una exposición en la que se intenta reflejar algunas dimensiones fundamentales de su literatura. Valgan estas dos notas para levantar acta de un reconocimiento tan merecido como quizás tardío.
Y es que, además de una gran escritora (tres libros en Cátedra no es moco de pavo) y de una poeta original, popular y entrañable que supo combinar el humor con una melancolía producida por varios desengaños, Gloria Fuertes fue una creyente de una pieza, es decir, con dudas, con búsquedas, con lágrimas, llena de compasión y capaz de indignarse con versos encendidos. Me enorgullezco de haber usado sus poemas en mis clases de sacramentos para ilustrar la teología del encuentro (“y tropiezo con Dios/ me arma de paz y de ciencia y me quita la gana de matarme”), la dimensión sanante de los sacramentos (“que quien me cate se cure”) o el misterio de la presencia real de Cristo en la eucaristía (“la presencia… huele a esencia esencial, no os la puedo describir, es muy alta”), entre otros muchos temas. Son -como decía Elvira Lindo en un delicioso artículo sobre ella publicado recientemente- “versos tiernos y calientes como un pan recién hecho“…
Pero estamos en el mes de mayo y también Gloria tenía sus devociones marianas, algunas de ellas algo originales. Ella misma recuerda en uno de sus célebres autobíos la “juerga litúrgica” de la que disfrutaba en los Salesianos del Paseo de Ronda en el mes de mayo; ante la Virgen de la leche del museo del Prado suplica gracia y bondad para este mundo agrio (“Riéganos a los secos pescadores con tu chorro de gracia”); se rebela ante las imágenes kitsch de una Virgen de plástico (“un cruce entre Virgen de Fátima y Lourdes”) que quitan las ganas de pedir un milagro; y convierte a María en la portera del portal de Belén, subrayando así la humildad de la familia de Jesús. A veces, las referencias marianas de nuestra poeta madrileña, alcanzan cotas de gran dramatismo, como cuando en un Villancico al revés (a un Cristo recién muerto), le dice a la Virgen: “Qué bien se ve ahora/ a la luz de tu vientre/ Madre Santa”, uniendo así con hondura y un cierto tono surrealista el misterio del nacimiento de Jesús y el de su muerte.
Pero quizás la referencia mariana más hermosa sea el poema dedicado a Nuestra Señora de la Mayor Soledad, poema que, además, es significativo porque al tema de la soledad dedicó Gloria Fuertes su primer poema (Isla ignorada), cuando era casi una adolescente y sería una constante de su obra.
Nuestra poeta se conmueve ante la soledad de la Virgen: “con tu hijo muerto ahí de estandarte”. Además, le promete (“viudísima viuda de tu San José”) visitarla, acompañarla y compartir soledades. En este mes de mayo, también nosotros nos acercamos a María con una devoción entrañable que nos hace (nos debe hacer) más humanos y más cercanos, sobre todo a los solitarios y desengañados de este mundo, quizás para anunciar que no estamos solos y para intentar ser presencia, compañía y bálsamo… En este mes de mayo, los poemas de Gloria, saben a gloria bendita…
Solísima Sola,
Vos, no os apuréis.
Yo también soy sola
y acompañaré
vuestra Soledad.
Vivimos muy cerca.
Yo os visitaré,
porque vuestro Hijo
me caía bien.