jueves, 18 abril, 2024

NÚMERO DE MAYO DE LA REVISTA VR

El liderazgo de la belleza

No estaban los ojos preparados para ver, reiteran los textos pascuales. La belleza efímera de la primavera tampoco está siendo disfrutada por todos. Algunos solo perciben de la primavera las alergias que recrea. Otros tienen prisa en la vida porque hay que sacar adelante las cosas, hay que cumplir y no hay tiempo que perder en poesías.

Hace un par de meses editamos un número monográfico sobre la belleza que, en su momento, me provocó una reflexión serena sobre los valores en los cuales sustento mi pertenencia. Lo mismo ha ocurrido recientemente con la Semana de Vida Religiosa, también sobre la belleza. Tiene uno la sensación de que nuestros ojos, no están preparados para ver. Es una experiencia que se parece a la de quien perdió su amor y habla de él sin salir de la nostalgia, el recuerdo, lo que fue o lo que pasó. Pero ha perdido la capacidad para el presente, «este ya no es mi tiempo» que  reiteraba el padre de un compañero de congregación. Estaba inhabilitado para captar la belleza del hoy.

Creo que hemos aprendido a hablar de lo que suena bien, mientras no nos obligue a vivir de otro modo. La dificultad, en este caso, es entender que la belleza aparecerá cuando conozcamos, –bíblicamente–  teniendo una experiencia personal, no de oídas, de la providencia, la provisionalidad, la donación, el amor y la verdad. Sin que falte ni se excluya ninguna de esas palabras.

Constatamos algo que Otto Scharmer describe nítidamente en su Teoría U: «La crisis de nuestro tiempo no es solo una crisis de un líder, o de una organización, o de un país o de un conflicto concretos. La crisis de nuestro tiempo revela el fin de una estructura social antigua y de una manera de pensar, una forma antigua de institucionalizar y de representar unas formas sociales colectivas».

La vida consagrada en su expresión sensible –la comunidad– es una manifestación de una forma social colectiva. Y es evidente que necesita una profunda reforma. En este punto, también nuestra afición, más literaria que vital, nos lleva sencillamente a juzgar. Si la propuesta es arriesgada, se tacha de que no tiene en cuenta la realidad tan laboriosamente construida; si fuere poética, utópica y bella, las «hordas prácticas» se quitarían la palabra para arrinconarla o silenciarla no sea que provoque un despertar y lo que son silencios y susurros compartidos, pasen a clamor.

Cuando Scharmer escribió su libro no había llegado Francisco a Roma. La bella ciudad que simboliza, también, el temor al cambio. Nuestro Papa, sin embargo, es el signo evidente de que ha concluido una estructura social antigua… No cesa de repetirlo. De momento quienes manejamos el idioma, lo serenamos y quizá traicionemos. Pero, qué quieren que les diga, por más que lo intentemos, lo que dice y a donde nos quiere llevar es a un paraje diferente del que, hoy por hoy, seguimos cuidando.

Hay palabras que por más que las amordacemos o domestiquemos necesitan libertad, la buscan y la conquistarán. Una de esas palabras es la vida consagrada. Nació para encarnar una libertad que fuimos perdiendo; para posibilitar una relación que fuimos temiendo; para cuidar una gratuidad que fuimos olvidando.

Querámoslo o no, la belleza de la vida consagrada pasa por una conversión que empieza, cada mañana, en ese tiempo sereno y veraz, en el que nos ponemos ante Jesús, sus manos y su costado.

Sí, yo sigo creyendo que una buena parte de la vida consagrada hace oración a diario y percibe en ella, que hay rincones de la vida que temen la belleza de Dios y otros que están deseando vivirla. Y, aunque no sea bello decirlo, el problema está en esa «otra parte» que ya no ora, ni lo echa de menos.

 

 

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