2 DE FEBRERO: LA SONRISA DE DIOS EN LA HUMANIDAD

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También yo, “querido Teófilo”, necesito poner por escrito algunos milagros relevantes que no quisiera quedasen perdidos en medio de un aluvión de textos y palabras. Y quiero comenzar por decirte que me apena algunos recuerdos y subrayados del día 2 de febrero porque tienen olor a fiesta patronal. A día de estreno. Se nota un poco que el resto del año o hay poco que celebrar, o no merece la pena reconocerlo o señalarlo.

Los consagrados y consagradas, querido Teófilo, siguen siendo un don. El más claro, diría yo, de las palabras pronunciadas por Jesús para cada tiempo e historia. Y en nuestros días, tiene una significación especial porque de bruces y de manera agresiva, estos hombres y mujeres palpan la debilidad, la minoridad, la oscuridad, la vida oculta, la vejez y el paso lento. También ahora, sobre todo ahora, conviene recordar que cuando alguien dice todo, y solo para Dios, tiene dimensión y sabor a eternidad.

Necesito contarte que ahí seguimos en la brecha. Y en conjunto hay que reconocer que lo hacemos laboriosa y cuidadamente. Eso sí, es una brecha que poco a poco nos tiene superados. Una misión que se está convirtiendo en trabajo y un trabajo que se está reduciendo a responsabilidad. Nos cuesta Teófilo poner en práctica algo muy nuestro como es vivir ilusionados e ilusionadas compartiendo una sana pluralidad al servicio del bien… También como nuestro entorno, necesitamos saber quién manda… y nos empiezan a estorbar quienes no piensan como nosotros o aquellos que vemos mayores. Les decimos que tienen misión, pero muchas veces se reduce lo que les pedimos a que nos contemplen y respeten, cuiden la casa, vean la tele y sonrían. Aquí tenemos un problema.

Sé que la vida consagrada es de Dios no por lo que luce en el éxito, sino por cómo se rehace en la dificultad. Tiene que ser de Dios y de su voluntad más clara que el testimonio de la consagración, siempre disponibles y ofreciendo hospitalidad, sean palabras mayores, que el grosor de algunos pecados no ha conseguido deslucir ni anular.

Arrastramos Teófilo, una debilidad en las entrañas de la consagración. Hemos descuidado, por miedo, nuestro crecer afectivo. Y se nos nota y lo transparentamos incluso cuando nos ponemos dogmáticos, cuando ejercemos el liderazgo o elaboramos postulados sobre el crecimiento, el equilibrio y la serenidad. Lo cierto es que no pocos hermanos y hermanas sufren. Saben hablar del amor, pero no han crecido como adultos queridos. Saben que la consagración no es esclavitud, pero no tienen el corazón libre. Saben argumentar las raíces teológicas de la vida compartida, pero pueden guardar un almacén notable de rencor y ausencia de perdón. Sí, Teófilo, en esta fiesta donde te insisto que esto nuestro es un milagro, también necesito que sepas que nuestra mayor cruz es la ruptura interna, la división… y lo que puede ser peor, el no darnos cuenta de ella.

La vida consagrada real es la que se encarna y luce en cada ser humano. Me da cierto pudor, Teófilo, contarte con cuantas personas consagradas he tenido la dicha de contactar, discernir, trabajar, orar… y sufrir. No son pocas. Estoy muy agradecido, pero también preocupado por lo que recibo como mensaje de fondo. Con diferentes formas, pero un “soniquete de igual fondo” que necesitamos sanar. Resulta que después de tanta entrega, de tantas palabras sonantes y sonoras que son reales, hay un número notable de corazones que están heridos, un número significativo de consagrados y consagradas que suponen que sus familias los y las quieren, pero jamás se lo han oído decir; hay un número preocupante de personas que no acaban de entender que las congregaciones y órdenes son espacios para la felicidad y fecundidad y solo alcanzan a describir “sueños rotos” … Hay ancianos y ancianas que, también en nuestros hogares, viven la soledad, la tristeza y la pregunta inquietante de si su vida ha sido útil, fecunda y sincera.

Querido Teófilo, sabes que todo lo escrito es una minucia. La riqueza de la vida consagrada es inmensa, plural, entrañable, sorprendente y nueva. Esa no aparece en los textos que algunos escribimos, esa está en quien amanece en medio del pueblo y cada día se emociona por el paso de Dios por la historia… cuando el que tiene hambre come, el parado trabaja, el triste vuelve a reír, el enfermo celebra la esperanza y el que está solo descubre la comunión. Porque los consagrados y consagradas, son aquellas personas que se desviven en la intimidad de su oración para que todos vivan y han descubierto a Dios como sonrisa de la humanidad.