VR EN LA SEMANA LAUDATO SI’ (III)

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Un recorrido por la realidad

«Espero que esta Carta encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos presenta. (…) Haré un breve recorrido por distintos aspectos de la actual crisis ecológica…».

(Francisco, Laudato si’, 15)

En este capítulo primero titulado “Lo que está pasando a nuestra casa”, el papa Francisco se dispone a recorrer algunos aspectos de lo que le está sucediendo a nuestro planeta y a sus habitantes.

Parte de tres premisas importantes:

  • Cualquier tipo de reflexión teológica o filosófica ha de estar anclada en el contexto concreto, por ello quiere hacer este recorrido por la realidad.
  • Hoy vivimos en un tiempo de cambios muy rápidos que contrastan con los ciclos lentos de la naturaleza. Esta “rapidación”, como él mismo la denomina, va en contra de nosotros mismos y de los ecosistemas, ya que los cambios que produce no siempre “están orientados hacia el bien común y hacia un desarrollo humano, sostenible e integral”.
  • Por último, hace que caigamos en la cuenta de que se vivía en un tiempo de “confianza irracional en el progreso” (muchos aún siguen creyendo que es así). Es decir, en esa ilusión falsa de que todo se soluciona con el avance de la ciencia y la técnica, como si se tratase de una fuerza independiente, sin tener en cuenta la voluntad de actuar o no de los seres humanos en pos del bien común.

A partir de todo lo anterior, se despliega la enumeración de los retos actuales, que él mismo reconoce que es incompleta, con la intención fundamental de “tomar dolorosa conciencia” de lo que le está pasando a nuestro mundo.

Lo hace en 7 pasos:

Contaminación y cambio climático

La exposición a los contaminantes atmosféricos afecta a toda la humanidad, pero especialmente a los más pobres. En un contexto local no gozan de las mínimas condiciones de higiene y sufren los efectos de los combustibles que utilizan para calentarse y cocinar. Y en el contexto global sufren los primeros los efectos del calentamiento global, la desertificación, el acceso al agua potable, la transmisión de enfermedades ligadas al cambio climático, las inundaciones relacionadas con el aumento del nivel de los océanos, etc.

La tecnología que está ligada a las finanzas no tiene en cuenta los múltiples efectos de todo ello y encuentra solo soluciones parciales que no remedian lo global y no tienen en cuenta a aquellos que no producen rentabilidad: los más pobres, que siempre quedan fuera del sistema.

Residuos que convierten al planeta en un “inmenso basurero”, cultura del “descarte” que “afecta tanto a los seres humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura”.

La solución que propone es muy clara: “limitar al máximo el uso de los recursos no renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento, reutilizar y reciclar”. También propone que el clima sea considerado como un bien común que esté por encima de cualquier tipo de interés particular.

 La cuestión del agua

Esta problemática está muy ligada a la cuestión del agotamiento de los recursos naturales, que es fruto de la depredación de las sociedades opulentas “donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos”. Hoy, en muchos lugares, la demanda de agua supera la oferta disponible, especialmente en África, donde se da de una manera acuciante el problema del “agua social”.

Las leyes del mercado convierten este bien común en un bien privativo cuando, en realidad “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina la supervivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio de los demás derechos humanos”. Sin este acceso se niega el derecho a la vida de millones de seres humanos y el agua se convierte en una fuente de conflictos y guerras en este siglo.

Pérdida de biodiversidad

“Las formas inmediatistas de entender la economía y la actividad comercial y productiva” hacen que se expolien grandes cantidades de terreno y con ello se pierda la biodiversidad que contienen. Un caso paradigmático es el de la destrucción de selvas y bosques, la sobrepesca en mares y océanos, etc. La biodiversidad no puede ser considerada un bien de consumo, sino que las distintas especies “tienen un valor en sí mismas”. Francisco da un paso más con esta afirmación, ya que no solo valora la biodiversidad como posible fuente de beneficios futuros para el ser humano (medicina, fármacos, alimentación, disfrute estético, agricultura…), sino que, incluso, funda su valor en una razón teológica: “Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho”.

Por ello, la pérdida o el daño grave que se causa a algunas especies no son valores que se puedan medir por el mero cálculo económico de la búsqueda de beneficios. Con esta afirmación del valor en sí de la biodiversidad, sin hacerlo depender de los posibles beneficios que aporten al ser humano, Francisco se acerca a las posiciones de la Deep Ecology (Ecología profunda), corriente que defiende el valor intrínseco de los ecosistemas y animales.

 

Deterioro de la calidad de vida humana y degradación social

En el centro de este apartado se encuentra el ser humano y las relaciones que establecemos entre nosotros, que repercuten en el medioambiente.

  • El primer punto es la inhumanidad de las grandes ciudades: el cemento sustituye a la naturaleza, pero también están presentes el caos de los transportes, el exceso de contaminación (no solo de CO2 sino también acústica y visual) o la ineficiencia en el gasto energético.
  • El segundo punto se refiere a la privatización de los espacios “ecológicos” que están reservados a las personas con más capacidad económica, creándose de este modo una nueva desigualdad ligada al modelo de compra-venta en el que vivimos. Lo “verde” también es un objeto de mercado que acaba creando exclusión.
  • En el apartado tercero se desmonta la teoría del progreso ilimitado e ingenuo que por sí solo traería bienestar a toda la humanidad, como una mano invisible que solucionaría todos los problemas. Violencia, pérdida de derechos laborales, falta de acceso a recursos energéticos… Son síntomas que reflejan la realidad de “una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de comunión social”.
  • El último punto es el que más llama la atención: la brecha que crea internet. Pero no solo en lo referente al acceso de esta tecnología que pertenece a los países y ciudadanos más ricos, sino a la sustitución de la “humanidad” que se esconde detrás de este tipo de nuevas relaciones. “Permite que nos comuniquemos y compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal”.

 

Inequidad planetaria

Francisco pone de manifiesto una evidencia muchas veces obviada por distintos intereses: los pobres son los más perjudicados por la crisis ecológica-humanitaria que vivimos. Los efectos directos (escasez de recursos como el acceso al agua o la tierra, subida del nivel del mar que afecta a los que tienen menos recursos para trasladarse, nuevas enfermedades…) o directos como las guerras y violencias que brotan de la depredación de recursos valiosos o del acceso a lo más básico como el agua. Todo ello es considerado como periférico y no entra en el estrecho objetivo de los medios de comunicación o de las agendas de las grandes reuniones internacionales. Por ello, se crea un discurso “verde” que se aparta de la realidad acuciante (por número y urgencia) de los olvidados de la tierra.

Aquí surge la mayor polémica de la encíclica: la cuestión de la superpoblación y las ayudas ligadas a la “salud reproductiva” que se imponen desde las grandes instituciones internacionales. El Papa, como no podía ser de otra manera, defiende la postura de la Iglesia con referencia a los métodos anticonceptivos. Otra cuestión es si se debería revisar la defensa de los métodos de anticoncepción “naturales” que propone el Magisterio, teniendo en cuenta también las enfermedades ligadas al contagio sexual, pero este no es el ámbito de la presente encíclica. La imposición de políticas de control de la población no es la única solución a la cuestión ecológica ya que también existe una “deuda” de consumo y depredación por parte de los países más ricos que no se suelen tener en cuenta por las instituciones aludidas. Es la solución cómoda e interesada a un contexto lejano que también necesita de muchos individuos en la familia para sacar adelante las tareas de supervivencia y la gestión de su entorno.

 

La debilidad de las reacciones

Todavía nos falta una cierta “cultura” y liderazgo para responder satisfactoriamente a una búsqueda de soluciones que “atienda a las necesidades de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las generaciones futuras”. Los intereses económicos siguen prevaleciendo sobre las soluciones sociales y el bien común.

Por ello, las decisiones políticas internacionales son muy frágiles y esconden muchos intereses. Documentos eclesiales como el de Aparecida, del episcopado latinoamericano, tienen muy claro este aspecto: “En las intervenciones sobre los recursos naturales no pueden predominar los intereses de grupos económicos que arrasan irracionalmente las fuentes de vida”.

La especulación, la corrupción, la búsqueda de la rentabilidad financiera… hacen que la conciencia ecológica que va creciendo en la mayoría de las capas sociales se perciba como infructífera y débil. Pero a pesar de todo ello, se siguen descubriendo gestos concretos que nos devuelven la esperanza en que el ser humano “ha sido creado para amar, y en medio de sus límites brotan inevitablemente gestos de generosidad, solidaridad y cuidado”.

 Diversidad de opiniones

En este último punto del capítulo primero se realiza la constatación de las múltiples soluciones que se plantean.

Hay dos extremos:

  • La fe en una mera solución técnica que no tiene en cuenta un cambio de paradigma ético.
  • La creencia de la ecología más radical que pretende prescindir y reducir la presencia del ser humano y de cualquier intervención suya porque sería siempre negativa para el planeta.

Francisco sabe que la Iglesia no puede hacer propuestas definitivas y cerradas, ya que estas corresponden a la técnica y a la ciencia. Pero sí que puede y debe colaborar en hacer posible un diálogo entre las distintas perspectivas y ser una fuente de valores éticos que pone en el centro a los más olvidados: seres humanos empobrecidos y ecosistemas, íntimamente unidos.

Hasta aquí el recorrido que nos plantea Francisco. El fin último de este primer capítulo, no lo olvidemos, es el de tomar dolorosa conciencia de lo que está pasando en nuestro planeta. Esta “dolorosa conciencia” forma parte del acervo de muchas congregaciones e institutos de vida consagrada en el plano de la lucha por la justicia y la igualdad entre los seres humanos. Pero también es cierto, que hay que seguir dando pasos en la unión intrínseca entre justicia social y justicia ambiental. Todavía hay consagrados y consagradas que creen que el cambio climático que vivimos no es una consecuencia de la acción del ser humano, o que el paradigma de la solución por el progreso de la técnica sigue siendo posible por sí sola, sin contar con nuestro propio compromiso a nivel local o global.

No deja de ser dolorosa esta negación de la realidad que también impide la toma de decisiones audaces y serias en nuestro modo de vida y en la misión que realizamos. El cuidado del planeta (entendido como el conjunto de seres vivos y de los ecosistemas que los sostienen) no es algo secundario o un esnobismo pasajero. Afecta a la centralidad de la vida y misión que queremos hacer realidad en el día a día. Por ello, es bueno pararse y sentir el dolor de lo descrito como primer paso para la acción posterior.

Ya existen caminos que se van abriendo y es bueno seguir su trazado. Pero esta responsabilidad evangélica no pertenece solo a un grupo de personas que se dedican a ello por encargo institucional, sino que debería ser una opción de toda la institución en sus miembros y que ha de afectar en lo concreto de gestos pequeños pero decisivos.

(M. Tombilla, Un recorrido por la realidad, en VR (2017)123-3, 30-34).