Llevo todo este curso intentado coger ritmo, cierta rutina sana en las cosas, pero como ando de acá para allá se me hace muy difícil. Algunos de los últimos despistes que he tenido me mandan avisos de que necesito parar, reducir tareas y vivir con mayor atención. Estos días me hace bien volver sobre los textos de Franz Jalics, acoger su invitación a silenciar la vida, percibir, estar presentes, experimentando cómo esa percepción reanima y regenera nuestras fuerzas. ¿Cuándo nos creeremos de verdad que no necesitamos lograr nada? Él escribe en su libro “Ejercicios de contemplación”: “La presión por lograr eficacia, el tener que hacer algo trae consigo miedo y angustia. En la contemplación no necesitamos lograr nada. Estamos liberados de la presión de ser eficaces. Percibir, escuchar… Lo importante es no querer juzgar ni cambiar nada, sino asimilar todo en la manera en que se nos manifiesta. El amor dice: es como es”.
Comentábamos estas palabras con un grupo de matrimonios jóvenes que están en un momento de búsqueda, porque lo que les había sostenido hasta ahora en su fe ya nos les dice, de la misma manera, y no saben por dónde tirar. No me costó reconocerme en esos momentos en los que cierta insatisfacción nos advierte que anhelamos algo más. De vez en cuando uno de los pequeños, entre todos tenían allí varios niños, entraba donde estábamos y susurraba algo al oído de su padre. Cuando nos marchamos ellos tenían que darles la cena y bañarlos antes de acostarlos. Yo me iba a casa y no tenía que ocuparme de nadie de esa manera. Pensaba que también nosotros necesitamos cansarnos por otros.
Me viene ahora la última anécdota que viví en un autobús hace un par de semanas. Llegué a un lugar nuevo que no conocía y un señor que estaba a mi lado me ayudó, indicándome la parada en la que tenía que apearme. Me contó que había sido músico, tocaba el violín y que, cuando participaba en conciertos y tenía que trasladarse, él se bajaba siempre en la parada anterior del lugar a donde se dirigía y se hacía ese último tramo caminando. “¿Por qué?”- le pregunté- y me respondió sonriente: “porque así tenía tiempo para ir preparándome adentro”. Él no sabía el regalo que me estaba haciendo con esta imagen porque eso era también lo que yo necesitaba practicar: aprender a bajarme una parada antes.