El día 16 de abril se celebra la fiesta litúrgica de San Benito José Labre. Un santo bastante desconocido, pero muy interesante, en quien conviene detenerse al menos un rato. Nacido en Amèttes (Francia) en 1748 y fallecido en Roma en 1783, su vida se puede considerar como un rotundo fracaso.
Quiso ser religioso, pero fue rechazado sucesivamente por cartujos, trapenses y cistercienses, siendo al final aceptado como terciario franciscano. Se convirtió en un mendigo vagabundo, un “sin techo”. No tenía más ropa que la que llevaba puesta; dormía al aire libre, en un portal o debajo de un puente; no se bañaba y parece que su aspecto resultaba bastante repugnante; comía de lo que encontraba en los basureros o de algunas sobras que le daban; nunca pidió limosna y, si alguna vez recibía algo, se quedaba un poco y lo demás lo repartía entre los pobres; más de una vez fue apaleado en la calle. Ya enfermo, al final de sus días fue obligado a ingresar en un albergue. Murió a los 35 años de edad.
Es patrono de las personas sin hogar y de quienes tienen problemas de salud mental. Pocas veces encontraremos un santo canonizado que haya vivido una inserción tan radical entre los pobres. San Benito José Labre puede considerarse como el santo patrón de las personas excluidas, marginadas e inadaptadas.
Pero, ¿dónde estaba su secreto? Sencillamente, en su profundo amor a Cristo encarnado en la eucaristía y en las calles de la historia. En cierta ocasión le preguntaron de qué estaba hecho su corazón, a lo que respondió: “De fuego para Dios, de carne para el prójimo, de bronce para conmigo mismo”. Como dice la oración colecta del día de su fiesta, “buscó la humildad, amó la pobreza y se adhirió únicamente al Señor”. Este santo es una encarnación moderna de la figura de los “locos por Cristo” tan frecuentes en la Iglesia oriental durante el Medievo.
Además de lo dicho, ¿qué nos puede enseñar San Benito José Labre a los cristianos del siglo XXI? Entre otras cosas, a asumir los fracasos, la debilidad, la imperfección, la enfermedad o las rarezas (propias o ajenas) como una renovada ocasión de pegarnos a Dios y de amar a los hermanos. Por ello, podemos terminar haciendo nuestros estos versos de Pedro Miguel Lamet, tomados de su poema-oración “Abrázame en tu abismo”:
Desándame los títulos
con los que sin razón
me visto cada día,
esa falsa cordura que me impide
la demencia feliz
de amar tu precipicio.