“¿Sois cristiano? –Soy cristiano, por la gracia de Dios.
¿De quién viene el nombre de cristiano? _El nombre de cristiano viene de Cristo, nuestro Señor”.
Así lo aprendí en el catecismo de mi infancia.
Si hoy, muchos años después de aquel catecismo, me preguntaran por el significado de ese nombre, volvería a hablar de ti, Cristo Jesús, de lo que tú eres para mí, de lo que yo soy para ti.
Soy cristiano porque, en Cristo, mi Señor, me reconozco amado de Dios, agraciado por Dios, bendecido por Dios, elevado a la condición de hijo de Dios…
Soy cristiano porque, en Cristo Jesús, me reconozco en comunión con mis hermanos en la fe –con la Iglesia que es el cuerpo consagrado de Cristo-, con mis hermanos los pobres –que son el cuerpo sufriente de Cristo-, con la humanidad entera –para la que Cristo es sacramento del amor del Padre-…
Soy cristiano, porque la gracia de Dios hizo de mí un pobre con fe, con esperanza, con amor, un pobre que aprende la fe, la esperanza, el amor con que Cristo Jesús vivió su relación de Hijo con el Padre del cielo.
Soy cristiano, porque el amor del Padre, la gracia de Cristo Jesús, y la comunión del Espíritu Santo, se han quedado en este pobre como en su casa.
Soy cristiano, porque tú, Jesús, con tu puñado de harina y tu poco aceite –con tu pobreza-, preparaste la mesa a la que nos sentamos, contigo, la Iglesia y sus hijos.
Soy cristiano, porque tú, Jesús, para que yo viviese, echaste en el arca de las ofrendas todo lo que tenías para vivir.
Soy cristiano porque Dios es fiel y, en Jesús, hizo justicia a los oprimidos, se hizo pan para los hambrientos, se hizo libertad para los cautivos.
Soy cristiano, porque, en Cristo Jesús, Dios se hizo luz para los ciegos, fortaleza para los débiles, certeza de vida para los crucificados.
Soy cristiano, porque, en Cristo Jesús, Dios se hizo evangelio para los pobres.
Soy cristiano, porque, en Cristo Jesús, también yo fui ungido por el Espíritu de Dios, que me envió, al modo de Cristo Jesús, a evangelizar a los pobres, a ser buena noticia de Dios para los pobres, a ser para los pobres lo que los pobres necesitan…
Hoy, comulgando contigo, Cristo Jesús, comulgaré con el Padre del cielo y el Espíritu Santo, comulgaré con la humanidad entera, con toda la creación… para amarte en tus criaturas, en tus pobres, en tu Iglesia, en todos, en todo, en mi corazón.
Hoy comulgaré para ser más tuyo, más de todos.
Hoy comulgaré para aprenderte a ti, hasta que no sea yo quien vive, sino que seas tú quien vive en mí.
“Alaba, alma mía, al Señor”, porque la orza de harina, con que el amor de Dios nos alimenta, jamás se vaciará. “Alaba, alma mía, al Señor”, pues la alcuza de la divina unción jamás se agotará.
Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a hacer de nuestra vida un panecillo para el necesitado, aprendemos a echar en el arca de las ofrendas lo que tenemos para vivir. Hoy, en comunión con Cristo, aprenderemos a Cristo: “Alaba, alma mía, al Señor”.