A juzgar por la transformación de nuestros seminarios y noviciados en casas de acogida, de formación permanente u otros usos, así se diría: cada vez hay menos jóvenes que quieran optar por un género de vida institucional sacerdotal o religioso. Es un hecho. Y, por ende, la edad media de los religiosos/as alcanza límites cada vez más elevados.
Pero, hay que analizar la situación de “fecundidad vocacional” de tiempos pasados:
– La sociedad de “cristiandad” era sociológicamente cristiana, por lo que las familias, en su gran mayoría, tenían como bendición de Dios y también como prestigio, el tener un hijo/a como religioso/a.
– Las características de la sociedad anterior favorecían la fecundidad vocacional: las familias numerosas facilitaban el surgir de vocaciones; era una época devocional y caracterizada por el miedo a condenarse, asegurar la salvación… La espiritualidad de la «devotio moderna» con el Kempis y Alonso Rodríguez creaban un clima adecuado a esta época.
– Un sistema de reclutamiento vocacional en edades infantiles, era aceptado en aquella época. Se podía haber producido una cierta fascinación vocacional conservada por una insistencia en fidelidad a la vocación, incluso dentro de un contexto de salvación o de condenación.
– La estructura cerrada de formación con la «fuga mundi» y un cierto concepto de obediencia protegía la permanencia en la vida religiosa, como fidelidad a la voluntad divina.
– La mentalidad social de la modernidad se regía por un concepto estricto de deber y de la razón.
– Se consideraba importante e indiscutible «la fidelidad a la palabra dada».
Y referente a la “esterilidad vocacional” de hoy:
– La sociedad es postmoderna, hipermoderna y de postcristiandad. Es una sociedad de diáspora donde cunde la indiferencia y el desinterés por lo religioso.
– Nuestra sociedad actual ha asumido nuevas características: la promoción personal, el personalismo, el espíritu crítico… y además la religiosidad pasa por el filtro de la crítica radical de los filósofos de la sospecha (Freud, Marx, Nietzsche) y otros.
– Ya no se trata de reclutamiento vocacional, sino de invitación vocacional, normalmente en edades posteriores a los 20 años.
– La estructura abierta de nuestra sociedad y de las instituciones religiosas, por la que llegan a relativizarse textos y contextos anteriores al Concilio, como el sentido y contenido de la obediencia religiosa y de los votos, abriéndose a nuevos contenidos y significación.
– Nuestra sociedad actual parece regirse más bien por el sentimiento. “Me apetece… no me apetece…. “Lo siento… ahora no lo siento”. Ello es causa de indecisiones.
– Se considera importante y decisiva «la fidelidad al proceso personal”, lo que condiciona crisis y rupturas de fidelidad a la palabra dada.
HOY COINCIDIMOS EN DAR IMPORTANCIA AL LAICADO
¿Es verdad que carecemos hoy de vocaciones? ¿Acaso no nos apercibimos que Dios nos pide suscitar también otro tipo de vocaciones? ¿No nos pedirá Dios que redimamos la minoría de edad eclesial del laicado cristiano?
El Bautismo es único y el mismo para todos los géneros de vida. Lo que cambia es el estilo de vivirlo, pero no hay un estilo, en sí mismo, superior a otros. Lo importante es el grado de compromiso en vivirlo.
Cada estilo de vida (presbiteral, monástico, religioso, matrimonial) tiene su propio carisma y su característica espiritualidad. De eso se trata; de conseguir en el futuro, más que una fidelidad a estructuras de pasado, “buscar las nuevas modalidades que den futuro a cada uno de estos carismas”. Saber responder a lo que Dios pide en el momento actual. Pero no es una tarea fácil; vivimos aceleradamente la “societas et ecclesia dubitans” al propio tiempo que la “societas et ecclesia semper reformanda”. Esta situación ocasiona una cierta inestabilidad.
La Iglesia y todas las instituciones religiosas tienen un reto de futuro, que constituirá un examen de la capacidad de crear el futuro de las instituciones.
Las “nuevas vocaciones” de laicos están a nuestro alcance, trabajan en nuestras instituciones, incluso con responsabilidades y competencias importantes. Se trata de no dificultarles el que vayan ocupando nuestros puestos que, por ley de vida y de las circunstancias actuales, vamos dejando vacíos.
LA SITUACIÓN ANÍMICA
Diría capacidad anímica. Distinguiría la capacidad anímica de la cúpula o de los primeros responsables y la capacidad anímica del cuerpo institucional.
En cuanto a los primeros responsables de las instituciones hay que decir que son animosos; como nunca se tienen reuniones de Capítulos, de Comisiones y reuniones provinciales, interprovinciales e intercongregacionales.
Pero les corresponde mover a un cuerpo institucional envejecido mayoritariamente y que se diría que trata de terminar sus días devotamente. Y ello a pesar de no pocos religiosos/as que son muy testimoniales y en línea de profecía. No se puede generalizar.
Al decir de Mons. Gianfranco Gardin, Secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, en la presentación de la Instrucción “El servicio de la autoridad y la obediencia”, en el Instituto de Vida Religiosa de Madrid, presentaba dos iconos para nuestro tiempo, el joven rico y Nicodemo. Y añadía, quizá a veces la vida consagrada puede parecer que ofrece hoy una imagen desmotivada y cansada y ante unos intentos, como los del joven rico ante Jesús, le conviene encajar la respuesta de Jesús a Nicodemo y así «nacer de nuevo».
Incluso al decir de la Instrucción “El servicio de la autoridad y la obediencia”, nº 28: “La autoridad puede caer en el desánimo y el desencanto: ante las resistencias de algunas personas o de una comunidad, o frente a ciertas cuestiones que parecen irresolubles, puede surgir la tentación de dejar pasar y considerar inútil cualquier esfuerzo por mejorar la situación. Asoma entonces el peligro de convertirse en gestor de la rutina, resignados a la mediocridad, inhibidos para toda intervención, sin ánimo de señalar las metas de la auténtica vida consagrada y con el riesgo de que se apague el amor de los comienzos y el deseo de testimoniarlo”.
Ante una situación de aparente agonía institucional, que intuyo se vive sin angustia y con aparente tranquilidad, convendría tomar buena conciencia, y como proyecto personal, comunitario e institucional, de los números 13, 20 y 25 de la Instrucción “El servicio de la autoridad y la obediencia”, de la CIVCSVA, mayo 2008. Se señalan puntualizaciones interesantes que habría que hacer posibles, tanto desde el ejercicio de animación de la autoridad como desde la colaboración del cuerpo institucional.
Estamos situados en una encrucijada entre “el futuro de nuestras instituciones” y el conseguir “las instituciones de futuro”.
El “futuro de nuestras instituciones es estadísticamente agónico”, por más que se den apariencias de exhibiciones y de esplendor.
Otra cosa puede ser centrar los esfuerzos en conseguir “las instituciones de futuro”.
A la pregunta sobre si el religioso/a es feliz diré, que no creo que sienta infelicidad por la situación actual, a pesar del proceso agónico de nuestras instituciones. Preside un clima de serenidad y de tranquilidad institucional.
Por todo lo dicho, hay que considerar que tenemos un potencial en los seglares. Y así como se dedicaban grandes esfuerzos, muy bien programados, para la formación de nuestros religiosos/as, hoy habrá que programar los planes de formación de nuestros seglares. No es suficiente contar con su generosidad.
LOS LAICOS EN NUESTRAS INSTITUCIONES DE FUTURO
Echando una ojeada observamos que nuestros laicos van ocupando puestos de dirección y colaboran incluso en equipos provinciales. Hay centros que cuentan con una comunidad religiosa en la cual todavía algunos religiosos trabajan en la obra; otros centros tienen una comunidad religiosa bastante adyacente a la obra por su elevada edad; e incluso centros sin comunidad religiosa y donde tratamos que los seglares sigan la continuidad de la obra con el carisma institucional.
Si decimos que los laicos son nuestro futuro, ¿qué función tienen los religiosos/as en este proceso? Creo que muy importante. Son un «referente necesario», como repiten insistentemente nuestros laicos. Los religiosos son «corazón, memoria y garantía», por tanto, les corresponde ser motor y acompañamiento en este proceso.
El corazón es símbolo del impulso que hay que dar; la memoria se refiere al mensaje que transmite el itinerario vivido hasta el presente y la garantía se refiere a la autenticidad del espíritu y carisma institucionales.
Pero, además, el vivir de los religiosos debe testimoniar de su consagración al Señor, de su fraternidad ad intra y ad extra y de su interés por la misión, que no admite jubilación en sí misma, aunque sí de determinadas tareas.
CONCLUSIÓN
Habrá que abrirse al nuevo paradigma de las instituciones religiosas.
Los documentos del Concilio citan 103 veces el concepto de vocación que, en el proceso de la historia, las instituciones religiosas han secuestrado como algo específico, y a caso también exclusivo, de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Por el bautismo todos estamos llamados a vivir cada uno su propia vocación. Es importante al respecto LG 4, 31-38; y también Christifideles Laici, que cita 60 veces, de manera muy explícita, la vocación del laico en la Iglesia y en el mundo, y también dentro de la vocación universal a la santidad. Estos textos pueden abrirnos horizontes interesantes.
La formación de los laicos tendrá que comenzarse centrándose en el concepto de “consagración bautismal”, de “comunidad eclesial” y de “misión por el Reino”. Tres conceptos de los cuales tendrán que ser muy conscientes y que tendrán que llenar su vida cristiana, tanto en su vocación y ministerio seglar y matrimonial, como en el ámbito profesional.
Los programas de formación deberán ser cuidadosamente elaborados, aun en el caso que nos parezca arriesgar una respuesta no suficientemente positiva en algunos casos.
Y respecto de los religiosos, aunque cada vez menos numerosos, siguen teniendo una misión importante en este proceso hacia el futuro institucional, mediante su testimonio de vida consagrada, de fraternidad ad intra y ad extra, conjuntamente con su sintonización por la colaboración en la misión.
A partir de estos presupuestos hay razones para esperar la nueva fecundidad vocacional en las instituciones de futuro.