SAN JOSÉ: RELATO SILENCIOSO DE UNA VIDA GASTADA POR AMOR

0
3433

(Rino Cozza, csj). Con la carta apostólica Patris corde (Con corazón de padre), el papa Francisco arroja luz sobre san José, convirtiéndolo en el emblema de las personas que, trabajando en silencio, lejos de los focos, están escribiendo los acontecimientos decisivos de la historia. Como san José, el Papa define a estas figuras como aparentemente ocultas o en segunda fila respecto al escenario de la historia, pero en cambio son figuras que asumen la fragilidad de los demás, curando las heridas del cuerpo y del alma, con miradas tiernas sobre las personas, haciendo percibir en su mirada su propia ternura y la de Dios.

Cuando el Papa habla de san José nos hace conscientes de que nuestra vida está tejida y sostenida por personas habitualmente olvidadas, ocultas, y que desde posiciones aparentemente de segunda línea, tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación a través de gestos que saben decir a los «cansados», a los humillados, a los sin voz: estoy contigo, amo tu sufrimiento, tu soledad, tu búsqueda de la vida; amo tus lágrimas y tu debilidad: no hay nada en ti que me deje indiferente. Personas que, como san José, están cerca de la condición humana de cada uno de nosotros.

La Carta Apostólica, tras las premisas que la motivan, continúa destacando algunos de los rasgos que caracterizaron a la persona de José, pues hizo de su vida un servicio, no en la lógica del sacrificio sino del don de sí mismo, poniéndose así al servicio de todo el plan de salvación.

En las siguientes reflexiones seguiré el orden de la propia carta, destacando lo que más preocupa a las personas consagradas que, como José, ponen su vida al servicio del plan de Dios.

José “padre amado” 

Pablo VI dijo que la paternidad de José se expresaba concretamente «en haber hecho de su vida un servicio», en la lógica del don de sí mismo. Es decir, uno se convierte en padre o madre no solo porque da a luz a un hijo, sino cada vez que alguien se responsabiliza de la vida de otro.

Este fue su papel en la historia de la salvación, y por ello fue un padre siempre querido por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que en el mundo se le dediquen numerosas iglesias, y que muchos institutos religiosos y grupos eclesiales se inspiren en su espiritualidad.

El reconocimiento de san José como padre de los cristianos se debe a que fue un padre dentro de la familia de Jesús, es decir, dentro de ese modelo capaz de generar esa comunión que nos hace estar atentos a reconocernos desde los rostros y no desde los roles y las máscaras; ese modelo que nos orienta a la belleza del vivir, a partir de la custodia de la calidad del ser humano, en toda su riqueza, sensibilidad, impulso vital, deseos y emociones.

Para una vida familiar que se asemeje a la de la familia de Jesús, se requiere hoy una nueva forma de comunitariedad, cuyo modelo formativo para los consagrados «no puede prescindir de la interacción y el diálogo entre los dos componentes esenciales de un camino de crecimiento: la dimensión espiritual y la humana»1.

Urge, por tanto, que las fraternidades se construyan sobre el paradigma relacional de la familia con palabras y comportamientos propios de los ambientes familiares, amistosos, empáticos, en lugar de los modelados sobre perfiles sacro-formales o corporativos, teniendo en cuenta, además, que para las nuevas generaciones, si la comunidad quiere ser una familia, no puede volver a proponer ese modelo en el que la «dependencia como valor incuestionable y sacralizado»2 es la norma; este no es el modelo de familia de las nuevas generaciones, que se inspiran en una familia fundada en las relaciones y en los pactos de reciprocidad.

Por eso, nunca antes como hoy la vida religiosa está urgida de ser nueva, encontrando nuevas formas que tengan la capacidad de solicitar en el otro las fuentes de comunión a las que se llega posibilitando relaciones que nacen del cruce de miradas, inquietudes, deseos, reflexiones; más aún, formas en las que «cada vez que nos encontramos en la condición de ejercer la paternidad, recordamos que nunca es un ejercicio de posesión, sino un signo que remite a una paternidad superior».

Por lo tanto, la vida religiosa para tener futuro solo tiene la opción de volver a tomar en serio el orden revolucionario de la vida fraterna propuesto por Cristo, según el cual, en el grupo de los discípulos, la relación entre ellos rechaza de manera categórica cualquier forma de superioridad, excluyendo así en la vida de la comunidad cualquier similitud, de manera radical, con el sistema de poder y sumisión en uso en la sociedad, en fidelidad al mandato aún incumplido de Jesús: «que no sea así entre vosotros». Aquí está el futuro de las nuevas formas de discipulado.

En una entrevista con el P. Spadaro, el Papa contó su propia experiencia de paternidad: «Vi en los periódicos la llamada telefónica que hice a un chico que me había escrito. […] Para mí fue un acto de fecundidad. Me di cuenta de que el niño reconocía en mí a un padre; […] y el padre no puede decir «no me importa». Esta fecundidad me hace mucho bien. […] De lo contrario, se es soltero o soltera, es decir, incapaz de fecundidad, incapaz de dar vida porque no se es padre ni madre»3.

Padre en la ternura

En la carta Patris corde se dice que la actitud privilegiada de comunicación y humanización es la ternura, y en nuestro caso esa ternura de Dios que Jesús vio en José.

El riesgo de un discurso sobre la ternura es confinarla únicamente al horizonte de los sentimientos y las palabras, y a las emociones pasajeras. En cambio, es un discurso fuerte.

Al decir que Dios es ternura, el Papa fue más allá de la sugerencia y percepción inmediata del término, haciéndonos comprender que la ternura en su gratuidad contiene una revelación del rostro de Dios4.

Por lo tanto, no somos solo nuestro razonamiento, nuestra voluntad, nuestro saber hacer, porque hay un «yo» más profundo en nosotros que todas las religiones han llamado siempre «corazón». El retorno a esto es el gran camino que lleva a forzar el amanecer del futuro. De hecho, el corazón es la sede de los continuos nacimientos, el templo del silencio, el lugar donde decidimos quién tiene prioridad en el trono de nuestra vida. Así que las recetas intelectuales no son suficientes; necesitamos a alguien y algo que sepa hacer vibrar el corazón.

El papa Francisco, al decir que Dios es un «abrazo»5, quiso decir que para que una relación sea verdadera, también son de ayuda los afectos, que no se pueden alejar de la persona humana, porque están integrados en la vida6.

Hoy, pues, cuando la gente –sigue diciendo el Papa– «necesita que demos testimonio de la misericordia»7, el encuentro con el otro no puede ser intelectual o abstracto, sino que, para que sea un contacto con la carne y su sufrimiento, debe tener los rasgos de la ternura: ésta es la mejor manera de tocar lo que es frágil en nosotros y en los demás. La eficacia está en ser desarmado, en no imponerse, sino en saber esperar con firmeza y confianza; en no bloquear con actitudes de superioridad, sino en salir al encuentro.

Este es el Dios que Jesús nos comunica: un Dios lleno de compasión, de cercanía, de solidaridad, de consuelo, y lo hace estando en medio de la gente y enseñando una sensibilidad y un modo de ser y de sentir rico en compasión como acto de amor incondicional hecho de atención, de escucha, de perdón, de curación, de estímulo, de confianza, de superación, de prejuicios.

Para nuestra propia vida, pues, puede ser un consuelo pensar que «el obstáculo para dar testimonio no viene por ser pecadores, sino por no sentirnos verdaderamente apasionados y vitales en el encuentro con el otro, por estar desprovistos de ternura».

Padre de la obediencia     

En José, la obediencia se expresa en su pregunta: «¿Qué me pide el Señor? ¿Qué quiere conseguir con lo que me pide? Y ¿de qué manera quiere que actúe?»8. Cuestiones que surgen al saber, desde la fe, que la vida está siempre en manos del Dios que sabe lo que es mejor para nosotros.

José nos enseña que tener fe en Dios también incluye creer que puede actuar incluso a través de nuestros miedos, nuestra fragilidad y nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no hay que tener miedo a dejar el timón de nuestra barca a Dios, como hicieron María y José con su «sí», «cuando se dieron cuenta de que no todo lo relacionado con Dios es descifrable a través de las enseñanzas que se dieron en Israel a lo largo de la vida».

En san José, la obediencia se situa entre el escuchar y el ver. Decir «obediencia»9 (de ob-audire) es afirmar la capacidad-deber de «escuchar» humildemente a todos y a todo. Hay un texto de Isaías 50,4-5 que refleja esta intuición: «cada mañana el Señor hace que mi oído esté atento para que escuche como un discípulo»10. La obediencia «era una narración conjunta con Dios, de lo que uno veía, oía y entendía, más que una sumisión de la voluntad»11.

En la vida consagrada, pues, profesar este voto significa proclamar la propia responsabilidad hacia la historia y hacia las personas con las que se comparte el carisma, de modo que la persona consagrada debe tener una mirada larga y seguir mirando más allá, para vislumbrar el siguiente paso12. Por eso la obediencia debe ir acompañada de la profunda inquietud de la búsqueda13: por eso no puede ser ciega. «Probablemente fue la posterior jerarquización de las relaciones lo que llevó a vivir la obediencia no como un diálogo sino como un vínculo formal entre las personas14.

A san José Dios le reveló sus planes a través de los «sueños», que en la Biblia eran considerados como uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad; hoy Dios manifiesta sus planes a través de los «signos de los tiempos», que no se centran en el sueño sino en la vigilancia.

De lo dicho se desprende que la mística de la obediencia no es la mística del sometimiento, sino que, como en Jose, es la mística de la responsabilidad, sin la cual no hay ética. Responsabilidad que cuestiona la libertad, no la que se cierra sobre sí misma, sino «en relación», que para ser tal debe evitar la unilateralidad de la «escucha». En consecuencia, dentro de un grupo de personas que tienden a discernir la voluntad de Dios, el servicio de la autoridad se caracterizará, a diferencia de las formas de dirección gerencial, por ser un servicio que se basa en la atención a la libertad del otro.

Padre en la acogida   

Creo que no es demasiado descabellado pensar que de las actitudes de José, Jesús tomó también la pauta para las parábolas, por ejemplo, del hijo pródigo y del samaritano, que muestran que el concepto de acogida implica indispensablemente el concepto de «tener corazón», expresado en los gestos de escucha, paciencia, don y paz. Por lo tanto, un modelo de espiritualidad que se convierte en una disposición de la mente para percibir desde dentro las angustias del hombre.

Todo esto viene a decir en particular a los consagrados y consagradas que no es posible encontrarse con los demás solo para un servicio útil y parcial, sino invirtiendo la propia vida en la cercanía viva, en sentarse a su lado, en ponerse a la puerta para ayudarles a ser lo que verdaderamente son, el único camino hacia la felicidad.

Se trata, pues, de preguntarse qué significa hoy ser y trabajar como consagrados, partiendo de que en el corazón de la consagración no hay –y no debe haber– ante todo un servicio, sino un encuentro, rico en asombro y fascinación, con Cristo, que nos invita a ser y a hacer, en cierta medida, lo que Él hizo. De lo contrario, se corre el riesgo de que la Iglesia se acostumbre, poco a poco, a la ausencia de vida religiosa, porque si se proponen como «carismas» ciertos «servicios» en los que nos hemos empleado, entonces son los «carismas» los que no se sienten como esenciales. Con esto queremos decir que los ambientes de lo religioso deben ofrecerse hoy como un espacio de elección donde el encuentro, antes o más allá de la necesidad a satisfacer (didáctica, asistencial, cultual, etc.), se produce con el rostro de las personas. Lo que se necesita entonces son lugares que respondan a la búsqueda y a la inquietud que acompañan a la vida, especialmente la de los jóvenes.

Cuando esto no sucede, «puede ocurrir –se dice en la instrucción «Escudriñar»– que con el tiempo las necesidades sociales conviertan las respuestas evangélicas en respuestas medidas sobre la eficacia y la racionalidad, «desde el negocio», acabando por perder la autoridad, la audacia carismática y la parresía evangélica, porque son atraídas por luces ajenas a su identidad»15.

Padre del valor creativo

La primera expresión de valentía en José fue la de no haber sido nunca un hombre pasivamente resignado, sino haber sabido afrontar con los ojos abiertos lo que le sucedía de vez en cuando, poniendo siempre su confianza en la Providencia en primer lugar, sin buscar atajos, sino asumiendo la valentía de aceptar con confianza los planes de Dios, que implicaban decisiones difíciles, con el fin de cuidar de su familia: defenderla, custodiarla y acompañarla.

San José seguía siendo valientemente creativo cuando, por ejemplo, al llegar como refugiado a Belén y no encontrar un lugar donde alojarse para que María pudiera dar a luz, organizó un establo y lo arregló para que fuera un lugar lo más acogedor posible para el hijo de Dios que venía al mundo (Lc 2,6-7). Y también cuando, en plena noche, para defender al niño, organiza la exigente huida a Egipto (Mt 2,13-14).

No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio sobre este tema: ciertamente, José, María y Jesús también debieron comer, encontrar un trabajo además del alojamiento; hacer suyo su nuevo entorno.

Al principio de cada relato, el Evangelio señala que José se levantó, tomó a Jesús y a María, los tesoros más preciados que tenía, e hizo lo que Dios le mandaba (Mt 1,24; 2,14.21). De hecho, Jesús se había hecho necesitar de José como padre, no solo para ser defendido y tener su vida salvada, sino también para aprender el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es el fruto del trabajo de uno. Por lo tanto, si Dios confió a José la tarea de cuidar a Jesús y a María, nosotros también podemos confiar en él para que los cuide.

Haber destacado aquí la valentía creativa de José nos lleva a darnos cuenta de lo mucho que le falta hoy a la vida religiosa, sobre todo en la perspectiva de los proyectos de futuro.

Padre en la sombra 

Por último, en el Evangelio, la personalidad de José está marcada por una actitud elocuente de reflexión y silencio. Un silencio que no era vacío, sino un espacio rico en alma, para escuchar ininterrumpidamente en su interior, a Dios y a los demás. En su silencio había ciertamente espacio incluso para el sufrimiento, que era mucho, transformándolo en algo que amplía los horizontes y los hace más humanos, no deteniéndose en las posibles quejas, sino dándose cuenta de cuánta confianza en Dios necesitaba.

En su silencio encontraron espacio y sentido los momentos de soledad, la laceración interior, la oración, la decisión de continuar el camino confiándose al Señor, pero también el sueño de nuevos caminos por los que el futuro pudiera entrar en la historia.

Ettore Cunial –cuya causa de canonización se inició hace unos meses16– que en una meditación a sus cohermanos, reflexionando sobre san José, tuvo la oportunidad de hablar del papel del silencio en estos términos: «La mayoría de las veces elegimos el silencio para no mentir, para no dar a conocer nuestros hechos, para crear paz, […] pero nunca había sucedido antes de san José que uno hiciera una elección de vida, diseñada sobre los aspectos positivos del silencio».

Esto es precisamente lo que la vida religiosa necesita hoy para poder ser buscada en el futuro.

 

1 Per vino nuovo otri nuovi, n.14.

2 L. Pinkus, Consacrazione e Servizio, n. 6/2003 p. 48ss.

3 Santa Marta, Intervista di P. Spadaro a papa Francesco, 19 agosto 2014.

4 E. Ronchi – M. Marcolini, Una fede nuda, ed. Romena, Pratovecchio (AR) 2014, 19.

5 Omelia di papa Francesco all’Eucarestia nella basilica Lateranense il 07.04. 2013.

6 J. Braz de Aviz, Dalle periferie del mondo al Vaticano, Città Nuova, Roma 2014, p. 117.

7 Francesco, Evangelii nuntiandi, Ancora, Milano 2013, n. 37.

8 Espressioni tolte da un’omelia di P. Ettore Cunial.

9 A. Potente – G. Gòmez, Non è tempo di trattare con Dio affari di poco conto, Romena, Pratovecchio 2006, p. 103.

10 Ib. p.102.

11 A. Potente, E’ vita ed è religiosa, Paoline, Milano 2015, p.146.

12 A. Potente – G. Gòmez, Non è tempo di trattare con Dio affari di poco conto, Romena, Pratovecchio 2006, p.104.

13 A. Potente – G. Gòmez, Non è tempo di trattare con Dio affari di poco conto, p.104.

14 Id. p. 146.

15 Congregazione per gli Istituti di vita consacrata e le Società di vita apostolica, Scrutate, ed. Vaticana, 2014, p. 78.

16 8 ottobre 2020.