(Fernando Millán). Hace unos años fui a un país africano para la inauguración de un nuevo convento carmelita. Los que hayáis estado allí, sabéis con cuánta solemnidad, aire festivo y calma se desarrollan estas celebraciones, llenas de vida y de participación gozosa a través del canto, del baile, de los signos y símbolos. Presidía en arzobispo local que tenía un carácter ligeramente áspero. Poco antes de salir en procesión ya había llamado la atención a dos sacerdotes por hablar en la sacristía improvisada y a otros por no vestir suficientemente de acuerdo a la celebración.
Hacía un calor sofocante y los hermanos me sugirieron que me quitara el hábito y que me pusiera el alba y la casulla sobre la camiseta y así lo hice. Era una camiseta (todavía me acuerdo) de publicidad de Repuestos Menéndez, una de esas camisetas que uno guarda (muchos años) para los viajes. Al terminar la celebración y volver a la sacristía, me quité los paramentos litúrgicos, pero mi hábito no aparecía. Mientras yo me ponía nervioso y sudaba cada vez más (ahora por el apuro), los mil fotógrafos (profesionales y aficionados) nos iban haciendo fotografías sin parar: el señor arzobispo con cara de pocos amigos, muchos clérigos elegantísimos y yo con mi publicidad de Repuestos Menéndez, colorado como un tomate.
El hábito apareció tras algunos minutos (que se me hicieron eternos) y ahí quedó la anécdota. Uno que ya va teniendo tablas, salió del apuro, más aún, lo espiritualicé (en el mejor sentido de la palabra), pues había oído hacía poco a Enzo Bianchi que “El camino más seguro para alcanzar la humildad consiste en pasar a través de las humillaciones”. Pues bendito sea Dios. Pero a mí me quedó la duda de si no somos demasiado tendentes a esconder entre capisayos y sahumerios, entre observancias y dignidades, lo sencillo, lo que somos, de dónde venimos (Repuestos Menéndez era una empresa de mi barrio en Madrid que quizás todavía exista), todas esas cosas que nos hacen cercanos a todos los seres humanos (familia, amigos, raíces) sea cuál sea nuestro cargo, nuestra dignidad o nuestro título. En algunos casos -peor todavía-, hay quien parece avergonzarse de sus orígenes sencillos, de las gentes que no nos llaman ni “Reverendísimo”, ni “Eminencia”, ni “Excelencia” sino por el nombre de pila (el título más hermoso y el primer regalo que nos hizo la iglesia).
Debajo del hábito todos llevamos la camiseta de Repuestos Menéndez. No nos quita dignidad, ni a nosotros, ni a los cargos, títulos y ministerios que son importantes y respetables, ojo, pero que no nos pueden hacer renegar de lo que somos. Es -de forma muy análoga y salvando todas las distancias- como el Misterio mismo de la Encarnación del Verbo… que no hizo alarde de su categoría de Dios (…) pasando por uno de tantos (Flp. 2, 6-7).